Dogmáticos los dos, Tom Wolfe, factótum del llamado “nuevo periodismo”, se empeñó en cargarse los postulados del Movimiento Moderno y el segundo, Girolamo Savonarola, el florentino predicador dominico, se empecinó en quemar obras maestras del Renacimiento, y formar piras con los libros de los antiguos escritores greco-romanos, libros de incalculable valor que ardieron con el fuego de la intolerancia.
Con su novela La hoguera de las vanidades (1987), Tom Wolfe, parecía emular Falò delle vanità de Girolamo Savonarola. ¡Ni que fueran valencianos, a los dos les gustaban tanto las fallas!
Ambos, Wolfe y Savonarola, emprendieron una cruzada contra la razón. Al periodista americano le molestaba la modernidad europea que debía sustituirse, según él, por la vitalidad de los mercados. Al monje dominico le molestaba la racionalidad del Renacimiento y creyó que debía sustituirse la obra de Petrarca y de Bocaccio por la ruina, él mismo había escrito De ruina Mundi, en 1472.
En muchos momentos históricos, el racionalismo ha tenido que ceder a las sandeces y a las euforias de los apocalípticos. Demasiados salva-patrias.
Las hogueras de las vanidades, las del quattrocento y las del post-modern, arden con la misma llama: la intolerancia. Y tanto el racionalismo del Renacimiento o el del Movimiento Moderno parecen hoy una extravagancia.