El amor en Cataluña

El amor es lo que tiene


En los albores del siglo XX, posiblemente hacia 1908, Bonaventura Dempeus, un jovencísimo párroco de Torelló, se propuso la ingente tarea de demostrar la existencia de la raza catalana, y empleó los mejores años de su vida a la empresa de confeccionar un trabajo antropológico prolijo y minucioso recorriendo las comarcas, con lápiz y cuadernos. Dedicó un asunto a cada comarca: en las del Ampurdán, la arquitectura. En las del Pirineo, la fe. En las del sur, la viticultura y las danzas. En las costeras, el arte y la gastronomía. A medida que avanzaba, el joven párroco se convencía más y más de su acierto: en cada asunto que trataba descubría formas de vida genuinamente catalanas, claras y distintas. El porrón, la barretina, las espardeñas, la cosmología, la ontología, la onanística.

El joven párroco intuyó que el hombre catalán difería del resto de la península por una indiscutible superioridad intelectual y física, y aventuró la teoría del origen griego de Cataluña. El resto de la península, tal y como demuestra en su obra, desciende de los romanos. Ese origen separado explicaba la mayor presencia de gentes con el pelo rubio, los ojos azules y un mayor desarrollo genital, rasgos que solo pueden proceder de la Tesalia y la Aquea, amén de la Tracia.

Cuenta nuestro erudito que, hallándose en la villa de Vich (circa 1912), se encontró con otro joven estudioso y aventurero, de nombre Pompeyo, que andaba confeccionando un diccionario y una gramática. Entablaron estrecha amistad. De Pompeyo dice el cura: «Es, indudablemente, un catalán racial que cumple con todos los requisitos». Una mañana, Pompeyo (a quien a veces nombra afectuosamente como Pompa) le indicó a Bonaventura que debía dedicarle un capítulo al amor y a las artes amatorias. ¿Ama el catalán de una forma distinta al resto de la Iberia?, le propuso el lingüista.

Así fue como el cura llegó a la villa de San Ferriol, que en un primer momento le decepcionó por lo agrio de su carácter y su rudeza. Pero, tras encomendarse a Nuestro Señor y pedirle acopio de fuerzas, se dispuso a estudiar cómo aman las gentes del lugar y descubrió, asombrado, que el catalán practica el amor con una más alta inteligencia que sus vecinos peninsulares y es por eso que tiene pocos hijos: así se consigue no disipar la herencia ni dividirla en demasía. Si un catalán tiene exceso de vigor, cuenta el cura, lo derrama en la oveja xisqueta o en la vaca bruna, que son especies autóctonas sin duda alguna (perdón por el pareado).

Mientras Bonaventura estaba instalado en San Ferriol escribiendo su tratado, el responsable de la parroquia le invitó a colaborar en la hoja dominical, y fue así como el joven idealista, pecando de ingenuidad y de juventud, puso los cimientos de su gran desgracia. A Bonaventura no se le ocurrió nada mejor que cuestionarse a sí mismo, y aventuró una hipótesis malvada: si un pueblo procrea poco puede ser sustituido, en el futuro, por gentes inferiores en inteligencia, pero superiores en progenie.

El lector atento se habrá fijado en que, al principio de esta crónica, se han mencionado los mejores años de la vida de Bonaventura. Y eso se ha presentado así no por lirismo ni por vicio de estilo sino como augurio, ya que fue en San Ferriol donde se torció la carrera y la vida del cura que aspiraba a ser un moderno Montaigne. Tras leer su advertencia y la amonestación implícita en ella, fueron muchos los aldeanos que se sintieron ofendidos. El carácter rudo de los sanferriolenses que Bonaventura vio en su llegada al villorrio se manifestó en la noche del 6 al 7 de junio, noche del Corpus de Sangre. Bonaventura fue arrancado del lecho, emasculado y empalado en las afueras del pueblo. Se cuenta que profirió grandes alaridos y que, a las puertas de la muerte, vaticinó una gran desgracia para el pueblo catalán: «De fora vindran que de casa us trauran”, gritó antes de aligerar su alma.

Bonaventura Dempeus cayó en el olvido y su obra se perdió. Muchos años más tarde alguien recuperó sus ideas y pergeñó el eslogan “Som 6 milions”, que pretendía motivar el crecimiento y la multiplicación del gen catalán ante el peligro de su disolución.