Fideuá y canciones camino del colegio

Crónicas mínimas


Lúa me ha preguntado qué había hoy para comer y le he contestado que no lo sabía. Pero en la cara de Kalita, que es mucho más callada que su hermana, me ha parecido ver un ligero mohín de contrariedad. Estamos en el autobús, que cada mediodía nos trae a la salida del colegio, para ir a comer con su avia, que ya estará en los fogones, esperándonos a mis nietas y a mí.

Al llegar a casa, se quitan los zapatos, una costumbre que hemos adoptado de nuestra familia japonesa, se ponen surippas, se lavan las manos y se ponen las batas de estar por casa. Entonces, sigilosamente, se dirigen a la cocina a darle un susto a su avia, que finge que no las ha oído llegar.

Tras el sobresalto, pregunta Lúa:

Àvia! ¿Qué hay de comer?

Fideuà, carn de palito i un gelat. Contesta María Ángeles.

¡¡Bieeen!! Gritan alborozadoras. Aplauden a la cocinera, saltan de alegría. L’àvia sonríe y vuelve a fingir que no se emociona.

Ocultas la risa, 

penetras en el reino de las emociones.

El sol prende los fuegos de tu cocina;

tus dedos acarician el alma, 

en forma de guiso.

Hasta principios de junio, las niñas vuelven al colegio a las 15.00 para salir definitivamente a las 16.30 horas. Creo que este horario debe ser otro hecho diferencial de esta tierra, ya que la jornada continua en las escuelas públicas está instaurada desde hace tiempo en muchas comunidades de España. 

Lúa y Kalita van contentas, mientras conduzco en silencio. A veces, inventan canciones y las cantan. Otras, sobre una melodía conocida, cambian la letra o improvisan una música y se van contestando con frases sin aparente orden ni concierto. 

Tararean o emiten sonidos guturales. Me recuerdan cantos étnicos lejanos, no sabría decir de dónde, pero debe ser de alguna tribu del otro lado del mundo o de la imaginación ¿Son cantos difónicos, polifónicos o simples ruidos? Tal vez, sean todo eso o nada parecido:

Guay guay guay, superguay superguay superguay. Vamos vamos vamos, colegio colegio colegio, rata tá rata tá rata tá. Bum bum bum bum, ola ola ola ola, taca traca taca traca, tu tu ta tu tu, ta ta ta tu tu ta ta. Traca traca traca traca. ¡Ea ea ea ea!

A veces, por el trayecto, sintonizamos la emisora Els 40 clàssics y oímos:

Tú pusiste el pan

yo pongo el hot dog

si viene tu amiga

le damo’ a las 2…

Entonces, me viene a la memoria otro ilustre letrista de mi época, Georgie Dann, que amenizó muchas reuniones con canciones de gran éxito, que eran totalmente prescindibles. Pero hoy en día, vemos con estupor cómo han surgido en el reggaetón letras vulgares, machistas e, incluso, que incitan a la violencia, con la aprobación de gran parte de la sociedad, tan intransigente en otras parcelas de la vida. Tiempos de confusión.

Con el tiempo, Georgie, parece casi ingenuo. Decía en «El chiringuito»:

Yo tengo un chiringuito

A orilla de la playa

Lo tengo muy bonito

Y espero que tú vayas.

Las chicas en verano

No guisan ni cocinan

Se ponen como locas

Si prueban mi sardina.


¡Poesía en vena!   

En aquellos tiempos, todavía la Academia Sueca no había tenido la idea de dar el Nobel de Literatura a un cantante.

Pienso que el dúo de las hermanas Meliani González es mucho mejor. ¡Dónde va a parar! Y es que el arte, es un pequeño milagro, decía Borges y puede brotar en cualquier lugar. Por un segundo somos libres, mientras tomamos la curva de camino al colegio en Can’Aymerich, ya sin tiempo.

La tarde pasa al compás de risas limpias y palabras secretas.