Giordano Bruno

Por la orilla


He leído un artículo que comparaba la inteligencia de las distintas razas de perros. El golden retriever y el border collie, eran los más listos. El galgo afgano, el más bobo. El índice intelectual para el estudio medía la velocidad con la que acataban las órdenes. Al lebrel lo igualaban con el gato. Pasota, irredento. Con criterio propio. O sea, tonto del culo.

Esta alucinante revelación me recordó a Giordano Bruno, el científico renacentista. En mayo del 1566 tuvo un sueño. Descubrió un universo más allá del infinito. Vio que las estrellas eran soles, y nuestro Sol, una estrella más en el inmenso puntillismo de brillos de la noche. No se paró ahí, añadió a cada lucero un séquito de planetas, y la posibilidad de que muchos de ellos estuviesen habitados por inteligencias iguales a la nuestra. O, quizá, superiores.

Bruno observó la verdad de las galaxias, los cúmulos, las nebulosas. La verdad escondida tras las misteriosas energías que daban forma a un horizonte interminable. Inabarcable. La verdad de un dios más grande y maravilloso de lo que las estrechas mentes humanas jamás pudieron imaginar.

Como era buena gente, no quiso guardarse para sí tal evidencia y decidió hacerla pública. Cantó a los cuatro vientos su canción. Católicos, luteranos, calvinistas y anglicanos se escandalizaron. Lo consideraron un hereje, un loco ignorante. Un burro. Y le ordenaron arrepentirse y retractarse de su visión, de su sueño… Olvidar su recuerdo.

Su tozudez indomable le impidió flaquear en el intento de mostrar al mundo aquello que su cerebro supo descubrir. Y no dejó de explicar a todos, en voz alta, la luz que la eternidad había desplegado ante sus ojos.

Se le quemó en la hoguera.

Durante mucho tiempo se tomaron sus teorías por majaderías propias de una mente inferior, retrasada, subnormal. Su persona y su recuerdo fueron objeto de chanza y risa. Chistes en reuniones de sabios y concilios religiosos. Tal vez estas gracietas salvaron del olvido su legado…

Su obra formó parte del Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia Católica, hasta su eliminación en el año 1966. Y la frase que pronunció al ser condenado —Maiori forsan cum timore sententiam in me fertis quam ego accipiam (Tembláis acaso más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla)— resuena entre los pilares del saber de la humanidad.

Cuentan, los más ancianos, que mientras Bruno ardía y sus pavesas centelleaban en millones de puntos de luz sobre el fondo negro del cielo, un perro olisqueó el aire, y aulló desconsoladamente. En Afganistán.


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