Esta mañana hace frío en el lejano barrio Jindaiji de Mitaka–shi. Paseando he visto en el suelo un zapatito rosa con dibujos de personajes infantiles. Tal vez se le ha caído a una niña desde la bicicleta conducida por su madre camino de la guardería. Unas manos amorosas lo han orillado en el interior de la acera, por si vuelven a por él.
Imagino la sorpresa de la madre al llegar, pero la falta de un zapato no será un impedimento, en Japón, para acceder a un recinto, ya que desde hace cientos de años se descalzan cuando entran en algunos de ellos, en una costumbre que a nosotros, a veces ignorantes occidentales y eurocentristas, nos sorprende.
Las casas tradicionales son de madera y están separadas unos centímetros del suelo para aislarlas de la humedad y el frío, pero la propia entrada sí que está al nivel de la calle. Al franquear la puerta, suele haber un pequeño recibidor (genkan) cuyo suelo es diferente al del resto de la casa. Ahí es donde hay que descalzarse antes de subir el escalón por donde penetramos al interior. Podemos ir con nuestros calcetines, o usar unas zapatillas (surippa) y así deambularemos por ella.
En los colegios, usan unas especiales de goma (uwabaki), a partir de los tres años, que pueden soportar mejor los movimientos de los pequeños. Son blancas normalmente.
Quiero pensar que a la niña, al llegar a la guardería y ver que le falta su zapato rosa con dibujos de personajes, le habrá hecho gracia pensar que solo tiene que descalzarse de uno de sus pies.
Y sus ojitos oriente se habrán iluminado como solo saben hacerlo los niños.