Cada quince días, puntualmente, nos llegaba su carta. Nunca eran menos de dos cuartillas a doble cara, manuscritas en tinta azul. Con los años, las misivas empezaron a llegar mecanografiadas porque se había comprado una Olivetti.
Siempre tenía cosas para contarnos: los nuevos títulos con los que había ampliado su biblioteca o los sellos «raros» que había conseguido en la Plaza Mayor. Y hablaba mucho del mal tiempo, del frío que hacía por las tardes, la niebla por la mañana, o las heladas que caían de madrugada. Luego dividía la carta, personalizando un apartado para cada uno de nosotros.
«Mi querida Malena:» —El mío siempre empezaba así.
Me hacía muchas preguntas, que qué tal el cole, que si seguía dibujando, que si nos íbamos de vacaciones, preguntaba por todo.
«Te quiere mucho, tu padre.» —Eso era lo que más me gustaba.
Si no contestábamos pronto se enfadaba, y nos mandaba otra carta, cortita, diciendo que si nos habíamos olvidado de él, o si estábamos muy ocupados, y cosas así. Mi hermana Cris nunca le escribía, porque decía que no tenía nada que contarle.
Si era verano, yo le contaba que había ido a la piscina. Si invierno, que hacía mucho frío, o que el tío Julián nos había llevado al cine. Cuando no sabía qué más poner, me inventaba el resto para rellenar el papel: «…toco la guitarra, pero lo que más me gusta es el piano. Estudio mucho, y me han dado una medalla en gimnasia y un diez en trabajos manuales…».
A vuelta de correo, él se sorprendía y me felicitaba por tanta habilidad y tanto premio, y me animaba con entusiasmo a seguir así, a que no perdiese mis muchas aficiones, que yo era muy lista, decía.
Un día vino a vernos a Madrid. Le esperamos frente al Palacio de Oriente y nos llevó a merendar. A mí me trajo un piano pequeño, rojo, con doce teclas y patitas desmontables.
Otra vez nos mandó una foto. Estaba sentado en un sillón, serio y con una abundante barba negra. Detrás de él había un cuadro con caballos y perros persiguiendo a un zorro por un bosque.
Cuando en el cole nos preguntaban dónde estaba nuestro padre, decíamos que estaba trabajando fuera, porque eso era lo que teníamos que contestar, según mi madre.
En 1985 dejó de escribir.