Orfeo sin pies ni cabeza

La rana dorada

Siete mujeres jóvenes y bellas, sometidas a presión por el espíritu de venganza… Forzosamente había de ocurrírseles algo bueno…

Eugenio Noel

En la página 82 del libro colectivo que, con pundonor y profesionalidad, ha editado Escolar y Mayo sobre el peculiar personaje mitológico griego (De Orfeo a David Lynch, 2015), don Carlos García Gual hace referencia a la versión que Cesare Pavese dio sobre la trágica decisión del “padre de los cantos” en torno a la cual adjuntaba un concepto muy interesante de lo que era el mito:

Un mito es siempre simbólico, por esto no tiene ningún significado unívoco, alegórico, sino que vive de una vida encapsulada que, según el lugar y el humor que le rodea puede estallar en las más diversas y múltiples florescencias.

Tanto la razón poética como el trabajo filosófico ejercen, mas aún en sus orígenes, donde entraron en conflicto con la cultura oral (auténtica portadora de los vectores mitológicos), una violencia interpretativa evidente. Por ello hemos de referirnos al hecho, utilizando un concepto caro a María Zambrano, de que la imaginación en su ejercicio casi siempre resulta suplantadora. No otra cosa ocurre hoy, salvando las distancias, con la llegada a nosotros, a través de los procesos de globalización financiera y de homologación de las tecnoestructuras, de la cultura audiovisual y su matriz digital. Y aun así hemos de permanecer atentos a lo secreto que en nosotros pasa…

82 tiene, entre otras acepciones gemátricas, correspondencia con la lira.

Orfeo no es el “orfismo”, del mismo modo que el Capital no es el “capitalismo”. “Cristianismo” y “orfismo”, así como “socialismo” y “capitalismo”, sí que andan necesitándose los unos a los otros y concatenados. Aquí, y así, hemos avanzado pues un elemento contumaz para comprender el punto de partida de los nihilismos “edificantes y fundacionales” de los cuales nuestra civilización, en crisis permanente desde sus inicios y con casi 2800 años a cuestas, sigue siendo rehén o portadora. No todo comenzó en el siglo XVIII o en el XX.

El desencanto en las relaciones amorosas, “la pérdida de la amada”, acabará derivando en amor platónico y en la peculiar sublimación vehiculada siglos después por la mística cristiana. Quizás por lo que señalaba Eugenio Noel cuando comentaba en Las siete cucas (1967) que «resueltamente no es verdad la sentencia del viejo Protágoras de que el hombre sea la medida de todas las cosas, puesto que la mujer se sale de su comprensión.»

Y sin embargo, quizás más bien por ello, la palabra eficaz de Orfeo, su música, permanece inerme en su tránsito desde el inframundo a la tierra vígil…

En 1634 se estrenaría durante las fiestas del Corpus el drama de Calderón: El divino Orfeo. Ese mismo año en Francia fundaría el Cardenal Richelieu la Academia Francesa y sería quemado vivo Urbano Grandier, párroco de Loudun, antítesis declarada con su vida del mitema de Orfeo. Él no rechazaba a las mujeres quizás más bien todo lo contrario.

Al otro lado del océano, ese mismo año, Cecilius Calvert, segundo Lord de Baltimore por concesión de Carlos I de Inglaterra, fundaría, acompañado de jesuitas varios, la colonia de Maryland (“Tierras de María”) única de las trece colonias originales de la futura República imperial con origen nobiliario.

332 años después, Jacques Lacan hablaría en Baltimore, la capital del estado de marras, Acerca de la estructura como mixtura de una otredad…

La bella dríada muere mordida por una serpiente mientras huye del acoso de Arísteo, “el guardián de las abejas”. Era esa misma serpiente, a la que lo mejor es no turbar, sin duda también de la que hablaba Shelley en su serpentino poema; tres veces la misma incluso ya cuando el imprudente Abby Warburg, monitorizado por la psiquiatría en pañales decimonónica, postuló como esquema terapéutico su presunto ritual/conferencia donde establecía comparaciones mito poéticas e imaginales entre la pintura y la escultura renacentistas y las ceremonias para producción de la lluvia de los indios hopi, todo ello inspirado en un viaje a Nuevo Méjico ocurrido treinta años antes; operación simbólica que dejó una impronta indeleble que aún marca nuestro imaginario con relación a las artes plásticas.

Y aun seguimos en gran medida por ello con la cabeza metida en el urinario1

1. La fuente (1917). Marcel Duchamp (1887-1968)