Querido lector, antes de que continúes leyendo, plantéate quién eres y toma conciencia de tu situación. ¿Eres joven? ¿Tienes salud? ¿La vida te sonríe? ¿El trabajo, bien? ¿Los amigos? Entonces, ¡enhorabuena!
Si crees que con tales cartas puedes ganar la partida a la eventualidad, no necesitas leer a Epicteto. Incluso no necesitas continuar con esta Casa de citas, donde se recupera el ideario de un sabio antiguo, que fue esclavo en su juventud y nada escribió, aunque sus ideas no pasaron desapercibidas. Uno de sus discípulos fue el emperador Marco Aurelio, cuyas Meditaciones arrojan luz sobre cómo se percibe el mundo desde el triunfo y la inteligencia, una inteligencia que conoce la pequeñez del éxito. Otro de sus discípulos, el historiador Flavio Arriano, transcribió las enseñanzas de Epicteto hacia el año 134, poco antes de la muerte de su maestro, en un libro que tituló Disertaciones y a partir del cual confeccionó otro, que resumía la doctrina de aquel y al que llamó Manual. Epicteto, siguiendo el ejemplo de Sócrates, no escribió nada; prefirió el trato directo con sus alumnos, con los viajeros que le visitaban y con los curiosos que acudían a escuchar sus lecciones. Desde su condición humilde, el sabio estoico ofrecía más de lo que un emperador puede proporcionar: consejos sobre cómo vivir la vida, consuelo frente a la muerte y aceptación de los reveses del destino.
«Si me prestáis atención, estéis donde estéis, hagáis lo que hagáis, no os entristezcáis, no os irritéis, no os veáis coaccionados, no tengáis impedimentos sino vivid impasibles y libres de todo.»
Epicteto sabía que somos dueños de nuestras opiniones, impulsos, deseos y aspiraciones. El mundo exterior no es nuestro. Seguramente es sólido e inabordable. Epicteto recomendaba no perder el tiempo deseando lo imposible. Por el contrario, hay que ejercitarse en considerar que lo desagradable no es sino una apariencia. De ahí que sea más productivo actuar sobre lo que nos pertenece: las emociones, el miedo, la tristeza, el dolor o el deseo. Y si no podemos modificar aquello que nos abruma, es mejor despreocuparse de ello.
Si las opiniones sobre el mundo dependen de nosotros, el mundo exterior (el propio cuerpo, su belleza y salud, el éxito social, la riqueza…) depende de la Providencia, y la Providencia es ajena a nuestros deseos. De ahí que el sabio considere preferible aceptar los designios de la Providencia que intentar cambiarlos. El mundo es puro fluir; en él aparecen y desaparecen las cosas siguiendo el ritmo de la necesidad. Conocer y aceptar ese orden interno nos hará más virtuosos, tranquilos y felices.
De sobra sabemos que todo lo que existe es efímero. También la propia vida, y el sabio no puede sino dar por bueno lo que le sucede. «No pretendas que los sucesos sucedan como tú quieres. Quiere los sucesos tal como se producen y vivirás sereno.»
Epicteto no escribió nada, pero tenía muchas cosas que decir. Primero las explicó en Roma, donde abrió una escuela de filosofía práctica, siguiendo las enseñanzas de su maestro Musonio, que era estoico. Posteriormente continuó haciéndolo en Nicópolis, donde tuvo que exiliarse cuando el emperador Domiciano decretó -en el 93 d.C.- la expulsión de Roma de filósofos, astrónomos y matemáticos. Frente a las alegrías y los sinsabores de la vida, frente a las oportunidades y los fracasos, Epicteto siempre recomendó comportarse como en un banquete:
«Si llega hasta ti algo que va pasando: extiende la mano y sírvete moderadamente. Si pasa de largo: no lo retengas. Si aun no viene: no exhibas tu deseo y espera que llegue hasta ti.»
Los estoicos en general, y también Musonio, Epicteto y sus discípulos, interpretaban la filosofía como una ciencia moral cuya finalidad es enseñar a vivir en un mundo cada vez más complejo. En su doctrina, la virtud -hacer las cosas bien- es la única cosa buena por definición, de manera que practicándola se alcanza la paz espiritual, el buen ánimo y la felicidad, un programa que ha sido imitado hasta la saciedad por los moralistas posteriores.
¿Y a qué viene hoy este recordatorio de la filosofía de Epicteto? Vamos a ello. Durante mucho tiempo pensé que había buenas razones para defender el ideal estoico, aunque el hecho de ser joven y el consiguiente afán de aventura me inclinaron por los valores de la vida -Nietzsche- y no por la renuncia terapéutica que defendía Epicteto. Más tarde tuve que enfrentarme a la realidad, al inevitable fracaso, a la frustración, a la desgracia. Añadamos otra obviedad: vivir enseña; viviendo se aprende. Eso me llevó de nuevo hacia Epicteto.
Hoy puedo decir que apenas encuentro dificultad para aceptar la doctrina estoica. Para Epicteto, saber vivir significa soportar con resignación lo que se nos viene encima y renunciar a los deseos improductivos. Esa es una forma de sabiduría que, si bien no he alcanzado, no me importaría alcanzar. Quien sabe vivir -el sabio auténtico- no pierde el tiempo confiando en lo imposible, aspirando a lo inalcanzable, renegando de la enfermedad y la muerte. Quien sabe vivir acepta lo inevitable y comprende que la angustia y el miedo no ayudan en nada a modificarlo. Si quieres lo que sucede, vivirás tranquilo.
Llegados a este punto, nos podemos preguntar: ¿hemos derivado hacia el estoicismo por convencimiento o por necesidad? ¿Ha sido la experiencia la que nos lleva hacia Epicteto? ¿Han sido los fracasos, la enfermedad, la muerte? En otros términos: ¿es el estoicismo una filosofía para viejos?
He aquí la respuesta del sabio de Nicópolis:
«Para comer uvas o higos, hay que dar tiempo a los árboles, dejar que el árbol florezca, que dé frutos y maduren.»
Coda: alcanzada cierta edad estamos maduros y deberíamos estar preparados para dejar caer nuestros frutos. Buenas noches y buena suerte.