El artista insatisfecho

Leído por ahí

 

En palabras de Sigmund Freud, la fantasía deriva del juego y el juego no es sino un recurso para escapar de la realidad. ¿A qué juegan los artistas, los escritores, los poetas? Evidentemente se dedican a crear mundos ilusorios para refugiarse en ellos y poder satisfacer así lo que la realidad les tiene prohibido. El artista, escribe el doctor Freud en su Lecciones introductorias al psicoanálisis (1917) es, en esencia, un introvertido próximo a la neurosis. En efecto:

Animado por impulsos y tendencias extraordinariamente enérgicos, quisiera conquistar honores, poder, riqueza, gloria y amor. Pero le faltan los medios para procurarse esta satisfacción y, por tanto, vuelve la espalda a la realidad, como haría todo hombre insatisfecho, y concentra todo su interés, y también su libido, en los deseos creados por su vida imaginativa, actitud que fácilmente puede conducirle a la neurosis.1

¿Es necesario decir que la neurosis del artista tiene su origen en la infancia y que su etiología es de carácter sexual? La falta de objeto físico donde satisfacerse y la represión a la que se somete, hacen del artista un firme candidato al diván. Sin embargo, el propio ejercicio del arte mitiga (por vía indirecta) los deseos insatisfechos, de manera que, si el artista lo hace bien, puede no sólo evitar la neurosis sino conseguir que sus lectores encuentren satisfacción en la contemplación de su obra y otorgarle el reconocimiento, los honores y las mujeres que la naturaleza le había negado.

Moraleja

Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:

Si es usted un tipo insatisfecho, pruebe con la escritura. Puede enviarnos sus textos a La Charca Literaria y, si se los publican, evaluar los resultados.

Pero si usted ya escribe, procure hacerlo bien. Ya sabemos lo de su introversión, sus traumas infantiles y sus conflictos sexuales. No obstante, si trabaja a conciencia y consigue que sus escritos realicen las fantasías de sus lectores, quizá obtenga el dinero y las mujeres que tanto anhela.

Ahora bien, si usted no escribe, no pinta, no esculpe y tampoco sabe cómo dar rienda suelta a sus instintos, puede apuntarse a un gimnasio. Hay quien dice que un cuerpo serrano supera con creces la capacidad de excitación que despierta la publicación de un libro. ¡No digamos ya la publicación de un artículo en La Charca Literaria!

Finalmente, si la escritura no le sirve y el gimnasio tampoco, hágase el ánimo de ir aterrizando en la neurosis. Elija, eso sí, algún tipo de neurosis llevadera y que no moleste demasiado. Piense, para compensar, que quizá Freud estaba equivocado, a pesar de que supo ofrecer en sus obras atractivas primas de placer a una legión de seguidores insatisfechos, motivo principal del reconocimiento, el dinero y los honores que cosechó en vida. Lo de las mujeres, no me consta.

 

1 Sigmund Freud, Lecciones introductorias al psicoanálisis, p. 2357 (Obras Completas, Vol. VI)