Voluntariado cultural

Alucina, vecina

Un lunes, a las seis de la mañana, lo vi todo tan claro que no puedo sino hacerlo extensivo a los colaboradores y lectores de La Charca Literaria. Deben leerlo, reconocerse y digerirlo.

A mi modo de ver la cultura tiene dos clases de trabajadores. Por una parte, tenemos a los profesionales, la mayoría de ellos integrados en la orden mercenaria de la virgen prostituida de la cultura. Con emolumentos escasos, viven a trancas y barrancas, como ranas o conejos a salto de mata, colaborando en prensa, tertulias y todos aquellos festivales y semanas de poesía o novela, subvencionados, que estén al alcance de su pluma, o de su agente o relaciones públicas o lo que fuere, si lo hubiere. A trancas y barrancas, a salto de mata, decíamos, a no ser, claro está, que les caiga encima el gordo de Navidad, un Premio Nacional o el tan ansiado viaje al Planeta por descubrir.

Por otra parte, tenemos a los militantes del voluntariado cultural, generalmente personas todavía ilusionadas por el espejismo de la cultura. Hermandad visionaria de la que forman parte la mayoría de colaboradores de La Charca Literaria, especialmente muchos poetas que viven como pueden el agridulce voluntariado poético, el cual será remunerado con grandes subvenciones espirituales y estampitas de poesía. Los más afortunados recibirán, a su debido tiempo, un metafísico revival póstumo, en que el homenajeado será objeto de todo el amor y la consideración que no tuvo en vida. Pero mejor esto que nada, dicen los más pragmáticos de la hermandad, gatos líricos escaldados.

Caso aparte lo protagonizan aquellos dos o tres autores ungidos por la moda que dicta el tripartito cultural: el autor-único, el autor-circense y, de vez en cuando, el autor-callejero. Sin embargo, la categoría más importante (ignoramos si también rentable, aunque nada que ver con los poemarios de Panamá) es la de poeta-único, novelista-único o artista-único. Pongamos por caso, el título de “Poeta-único-por-un-tiempo”, el cual, y sólo por un tiempo, valga la redundancia, será el más convocado y agasajado por los medios y los profesionales públicos de la cultura, también llamados gestores o comisarios (algunos rumorean que se está estudiando la posibilidad de crear una unidad policial local de anti-disturbios poéticos).

Pero, insistimos, los que se apuntan como voluntarios a la contienda cultural, aquellos que se entregan en alma y cuerpo al voluntariado, a la lucha sin ánimo de lucro, son los poetas pobres, esa hermandad de poetas voluntarios habituados a las conferencias, colaboraciones gratuitas, debates y lecturas no financiadas. Sólo ellos, como buenos expertos en voluntariado, pueden moverse con cierta dignidad y escasa humillación por el filo de la navaja (los profesionales, ya se sabe, sonríen, guiñan el ojo o bizquean cuando oyen hablar del voluntariado poético, y esto siempre humilla un poco, quieras o no, como diría un personaje dostoievskiano o kafkiano).

Siempre, señoras y señores, esos voluntarios, siempre, siempre andan recorriendo el filo de la navaja a lo largo y ancho de encuentros de prosa y de fines de semana de poesía. Encuentros y fines de semana que se mantienen dignamente gracias a las subvenciones espirituales que caen del cielo o suben del infierno, a diferencia de otros festivales y semanas, más afincados o enraizados en tierra pródiga y sembrada con abono público.

Ahora ya lo saben. Este es el territorio que pisan (o chapotean) en esta charca y no en otra.

Eso es todo, gracias.