En los escaparates de las farmacias, atestados de cremas cosméticas, utensilios para lactantes y zarandajas homeopáticas, unas cajas de cartón anaranjado parecen contener las sempiternas vitaminas, tan apreciadas por madres e hipocondriacos. Freno en seco. Inspecciono el cartel anexo a las cajitas.
Me impresiona el texto impreso en el mismo, pues no utiliza la hermosa palabra “vitaminas”, sino que el producto se promociona como “ENERGÍA PARA DECIR QUE SÍ.”
Ojiplática lo veo, ojiplática os lo cuento, y no porque me guste de manera exacerbada que las cosas se llamen siempre por su nombre, al pan, pan y a la vitamina, vitamina, sino porque percibo con nitidez una estrategia de ventas que hace aguas.
Error. La energía necesaria para decir que sí es muy poca y de muy escasa calidad… Así anunciado el producto queda en entredicho. Tremenda es la etiquetita #EPDQS.
¡Creativos barbudos, ingeniosas publicistas! Lo que sí requiere energía es llevar a cabo aquello a lo que decimos sí e, incluso, el decir que no. Maticen el mensaje, sean buenos malabaristas con el lenguaje pero sin que se les caigan las bolas de las manos. Floritura, sí, pero con precisión, oigan.
Parece que en la actualidad se nos exige que digamos que sí a cualquier exigencia externa y que las vitaminas, nuestras secuaces, nos permitirán comprometernos a todo; luego, para poder llevarlo a cabo, si eso, entraríamos en el fascinante mundo de las drogas de apoyo, más duras, a la venta en farmacias o no… Puede parecer, también, que esta #EPDQS, en forma de gragea, se la podríamos dar, de tapadillo, embutida en una sabrosa albóndiga o croqueta, a nuestros congéneres reacios a atender a nuestros deseos inconfesables para doblegar su voluntad con estas pastillas enardecedoras del sí, “antes conocidas como vitaminas”.
Lo que yo les rogaría, oh, a las píldoras milagrosas que estaría dispuesta a adquirir, sería: “¡Caed en mi boca desde las alturas de la perfección, cual maná nutricio y saltimbanqui, y supervitaminadme para poder decir no, con reconfortante eco de caverna, para poder ametrallar noes rotundos que me abran paso hacia las estepas de la quietud y la paz, para poder vallar mi esfera de independencia acuática!”.
Un buen no, hacia afuera, es un mejor sí, hacia adentro. A veces, con suerte, ese sí a lo interior, a largo plazo se puede convertir en un quizás a lo externo, ya no condicionado por la inmediatez.
E hilando, hilando, recuerdo otras campañas de ventas centradas en las vitaminas, en la hermosa palabra y el no menos hermoso concepto. Lo habéis adivinado, me viene al oído de la memoria la cantinela de “Vitaminas, vitaminas”…que se proclama, esta vez a gritos y no desde las vitrinas de una farmacia, en las playas del sur, por curtidos vendedores que, sin licencia ni chanclas, surcan las arenas hirvientes, ofreciendo fruta, gusanitos, milhojas con franjas de azúcar glas y chorrillos de sucedáneo de chocolate, latas de refrescos, chicles y, quizás, sandías.
“Vitaminas…” llaman estos chamarileros del azúcar a su mercancía.
“ENERGÍA PARA DECIR QUE SÍ” llaman las empresas farmacéuticas a las vitaminas sintéticas, al placebo que nos permitirá seguir aceptando, ir tirando y edulcorando nuestras existencias, nuestras resistencias, nuestras negativas, con el excipiente super vitaminado propio de las píldoras de Mary Poppins.