Velutina

Por la orilla


En mi playa vive una avispa. Velutina. Le gustan las almejas y los berberechos por la vida. Le gusta, también la arena, cálida y húmeda, y seca, y húmeda, y seca…

Es como todos. Como tú y como yo. Como nuestros padres. Y los padres de los padres, repadres. Y los hijos.

Invasora, la llaman… Intolerantes.

Se busca la vida y prospera en el ambiente artificial creado por el hombre. Ese sí, Invasor Supremo. Dios.

Tratamos como tal invasor al emigrante que huye del horror y la miseria que nuestras huestes crean al invadirlos. Los tenemos muy gordos.

Solo es un particular Prometeo que nos recuerda que hay bichos, que somos bichos. Que el bicherío peligra. Y es grave. Porque cuando escasea el ganado, usamos el ansia contra nosotros mismos. Por eso hacemos pandillas, bandos, mandos… mundos.

Nos ha tocado del lado de los malos. Que es el bueno. Ya ves.

Defendemos el castillo con los dientes. Que tenemos muchos. Y las uñas. Que también.

Lo verdaderamente triste es que, si fuese al revés, viceversamente, recibiríamos el mismo trato, igual, o parecido.

Nos educan, reeducan y adoctrinan en la cosa patriótica para que nunca seamos muchos, y con la misma, aprovechando, nos embronquemos los unos con los otros, y así ser todos pobres con mala leche.

Este es el sistema, por eso hay países, 197… 194 reconocidos por la ONU, y 3 que añado por propia iniciativa. 197 himnos llenos de exaltación, sentimientos y resentimientos creados. Inventados. Adrede.

Ahora, para complicar más el escenario, intervienen los algoritmos. Y se empapan de creencias ancestrales y modas pasajeras. Y deciden. Lo deciden todo. Desde el pequeño e insignificante instante cotidiano, hasta los 30 años vista del lapso hipotecario. Ellos, que evolucionan a la velocidad de la luz, y lo cambiarán todo, varias veces, en ese tiempo. Los jodidos.

Sí, al final la pisaré. Es la ley.



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