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—No esperes encontrar los 20 sonetos que promete el título —me dijo la prima Obdulia—. Como verás, falta uno. El titulado Número 20, para más señas. Ya me dirás si eso es un buen título para un soneto… Si tienes en cuenta que el verdadero nombre del poeta era Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, te das cuenta de que nada podía salir bien cuando le ponía nombre a algo.
Obdulia se levantó del triclinio, se cubrió los senos con una gasa transparente y se encendió un pitillo. Le dio un puntapié a la pelotita de pañuelos de papel con los que había limpiado las manchitas blancuzcas que Ricardito le había dejado en los muslos un rato antes (mientras yo observaba, turbado, tras la cortina) y volvió a sentarse.
—No te voy a contar lo que hice con la página que falta, te lo puedes imaginar y acertarás. Es un poema demasiado visto, y todos quienes afirman haber leído al poeta solo saben citar un par de versos de éste, así que me producía dolor de vientre… En realidad, a mí el tipo me cae bien, era bastante mala persona y eso, ya lo sabes, a mí me enternece. Y sabes también, o deberías saberlo ya a tu edad, que los buenos artistas suelen ser malas personas, suelen ser egoístas y mezquinos. Yo no soy artista, pero soy bastante mala persona, tampoco podemos afirmar que la gente mezquina tienda al arte ni que para ser un buen artista se deba ser despreciable, no es eso ni se pueden hacer ese tipo de falacias, pero, en fin, algo hay…
Obdulia se levantó de nuevo, se sirvió un amaretto (no me invitó ¡siempre me humilla!), se lo bebió de un trago, luego se sirvió otro y de nuevo regresó al sofá con el vasito en la mano, al que le fue dando pequeños sorbos con la punta de la lengua y un mohín lascivo muy enervante.
—Además… qué quieres que te cuente, eso del amor es para pusilánimes, un cuento, un eufemismo insoportable, el mayor timo que te pueden endosar. Se lo inventaron los malditos románticos, que son quienes empezaron a hablar del corazón en vez de nombrar a los riñones que, por proximidad, deberían ser el órgano más apto para cualquier metáfora del asunto amatorio. Bien pensado, mira lo que te digo, alma de cántaro, preferiría que se hablara de la próstata, mejor aún que de los riñones. Y que, por San Valentín, mis admiradores, pretendientes y demás copuladores me mandasen el dibujo de una próstata con unas palabras breves y concisas, y sin líricas estúpidas, como, por ejemplo: “He reservado la Suite Livia Drusila para el martes a las 7 de la tarde; mi próstata está henchida de pasión”. Eso sí sería bello, ¿no lo crees así?
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Nota: En octubre de 2017, la policía requisó el cuaderno titulado Mortificaciones literarias en el registro efectuado en el domicilio de Sandro de Villegas (calle Zamenhof), presunto estafador de ancianas a las que engañaba disfrazado de párroco de la iglesia de San Felipe Neri.
(La portada del libro es una reinterpretación de Zappico2014, of course).
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