Vampiros de Hungría

Semana de difuntos

El Jefe está empeñado en que deje de lado los temas serios que son habituales en esta sección y le hinque el diente a cuestiones más ramplonas que engarcen, vía popular, con nuestros lectores menos curtidos, aquellos que, si la hubiera, se interesarían por la literatura de quiosco antes que por la filosofía. ¡A mí, dadme —suspiran— aquellas novelitas del oeste, ciencia ficción y vampiros que nos acompañaban en la adolescencia! Pero por no existir, ni siquiera quedan revistas pornográficas ni de humor, productos subsumidos por la interné. Creo que ahora, incluso el Hola se regala con los periódicos deportivos del domingo. ¡Por fin, la aristocracia fetén conviviendo con los archimillonarios del balompié!

Me encamino, pues, al tercer sótano de La Charca, donde almacenamos las publicaciones de terror y fantasía, para encontrar algo interesante que aconsejar a los lectores. Y allí, en la estantería sobre vampiros me encuentro con los textos de Polidori, Bram Stoker y Sheridan Le Fanu, de sobra conocidos por la afición. Junto a ellos hay cómics de Drácula, tebeos de Vampirella y números sueltos de Creepy rebosantes de zombis y vampiros. Incluso hay un Drácula-manga y alguna otra cosa sin demasiado interés (vampiros para niños, chicas vampiro, vampiros Marvel…). Y así hasta dar con el colosal Tratado sobre los vampiros[1], del benedictino Augustin Calmet (1672-1757), libro fundacional del que beben todas las novelas, cómics y películas macabras que en el mundo han sido.

Al parecer, el sabio benedictino fue el primero en escribir sobre cadáveres que salen de sus tumbas para alimentarse de la sangre de los vivos. Su Tratado sobre las apariciones de espíritus, y sobre los vampiros, o los revinientes de Hungría, Moravia, etcétera se publicó en París en 1751, y todavía nutre la imaginación del aficionado. Aquí disponemos de la edición reseñada más abajo (traducción de Lorenzo Martín del Burgo), que cuenta con una introducción de Luis Alberto de Cuenca y un precioso diseño de Jesús Egido, ilustrado con grabados tomados de la biblioteca del propio de Alberto de Cuenca y del libro Literatura fantástica, de la editorial Siruela (1985).

Lo más sorprendente de la obra de Calmet es que los hechos vampíricos que relata los hemos visto reflejados después en la literatura y el cine. Muertos de Hungría, Moravia y el Egeo que chupan la sangre de los vivos; cadáveres ahítos de sangre fluida cuya barba, cabellos y uñas siguen creciendo sin tasa; sujetos infectados que inoculan su ponzoña a las personas a las que frecuentan; tumbas abiertas en las que un cadáver sonrosado y flexible, como recién muerto, sonríe con malicia; estacas puntiagudas de avellano que se hunden en el corazón del reviniente, clavos herrumbrosos que atraviesan el cráneo del no muerto, incineraciones y pozos de cal donde hundir los restos del vampiro… Todo esto y más ya estaba presente en el tratado sobre los vampiros de Calmet. A lo que se añaden milagros sobre resurrecciones, chupasangres húngaros, redivivos de Inglaterra, Polonia, Perú, Laponia…, historias de excomulgados que, después de muertos, abandonan las iglesias o la tierra santa de los cementerios y emprenden una peregrinación exculpatoria. Además, el libro incluye una reflexión sobre su verosimilitud. El benedictino se pregunta, retóricamente:

¿Por qué regresan de su tumba? ¿Por qué les chupan la sangre a sus parientes? ¿Por qué perturban y atormentan a las personas que deberían serles más queridas y que no los han ofendido? Y si todo esto no es sino fruto de la imaginación de los que son molestados, ¿de dónde viene que los vampiros se encuentren en la tumba sin signo de corrupción, flexibles y manejables, y que además tengan los pies salpicados de barro al día siguiente de aquel en que han corrido y asustado a las gentes de la vecindad, y que no se advierta nada semejante en los otros cadáveres enterrados en el mismo cementerio? ¿De dónde viene que no vuelvan más a molestar a nadie cuando los han quemado o empalado? ¿Será todavía la imaginación y los prejuicios de los vivos que los tranquilizan después de hechas esas ejecuciones?

Eso, ¿por qué?

Ya sabemos que el profesor Van Helsing, en la novela de Stoker, denuncia que «la fuerza del vampiro radica en que nadie cree que exista». ¿Y nosotros? ¿Nos lo creemos?

Moraleja

Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:

—Respecto a la ausencia de quioscos: busque en las librerías de viejo las pocas novelitas del oeste, policiacas y terror que hicieron su agosto en los años 60 y 70 del pasado siglo. Lo que entonces se vendía a tres pesetas ahora se puede adquirir por veinte euros en Todocolección, más gastos de envío.

—Respecto a la existencia de vampiros: pregúntese si el mundo no sería más divertido con muertos ambulantes sembrando el pánico en nuestras ciudades. Con su presencia podríamos diversificar los horrores cotidianos. Estoy seguro de que usted, querido lector, sabrá valorar la novedad e intensidad de esos terrores de evasión.

—En cualquier caso, lea usted el Tratado sobre los vampiros del padre Calmet y descubra cómo cultivar su erudición a partir de un tema tan popular como este. Como decían los de Astrud:

porque lo viejo es lo nuevo

y lo culto popular,

y yo ya lo he comprendido,

de la farandindondá. 


[1] Augustin Calmet: Tratado sobre los vampiros. Reino de Cordelia, 2009.