Vaho en el cristal

Postales desde Andrómeda

 

Mi madre tenía una lata de galletas llena de botones.

Los había de todos los tamaños, colores, formas y texturas. Cada vez que deshacía una prenda, le quitaba toda la botonadura y la echaba en la lata, según ella, “por si acaso”.

Sus “por si acaso” también eran pequeñas cantidades de dinero que escondía por la casa, con el fin de poder hacer frente a alguna emergencia. Quinientas pesetas en el fondo del florero recuerdo de Mallorca, un billete de cien en la página número siete, letra A, de la enciclopedia del comedor; y dos verdes, de mil, deslizados entre las radiografías del fémur de mi hermano.

En otra lata, decorada con almendros, pagodas y volcanes chinos, guardaba un montón de fotografías en blanco y negro con los bordes dentados. Casi todas habían sido cortadas con la tijera por la mitad y luego, cuidadosamente pegadas con cinta de celo. Mis padres eran muy guapos de jóvenes; se les ve contentos paseando por Cibeles, y los zapatos de pulsera de mi madre son igualitos a los de las actrices de cine.

 

 


Más artículos de Garrote Helena

Ver todos los artículos de