Dicen que hay varias enfermedades típicas de las vacaciones.
La primera y la más grave tiene como síntomas el cansancio y el aburrimiento que va generando el hecho de querer verlo todo y no ver nada. Es una exagerada curiosidad malsana que puede acabar con el cuerpo hecho polvo y la mente dolida de insatisfacción.
La segunda, advierten, se distingue por las contracciones musculares y las lesiones óseas al arrastrar maletas gigantes, cuyas ruedecillas no pueden soportar semejante cantidad de trastos, embutidos con violencia en los maletones como si uno fuera al fin del mundo, sin posible retorno. En tales casos, las ruedecillas, lamiendo el suelo, temblorosas, renqueantes, ya no dan más de sí, y las maletas se convierten en un peso muerto que los turistas arrastran, como esclavos modernos, hasta quedar baldados para el resto del año, con las consabidas bajas laborales y dispendios estatales por enfermedad vacacional.
Y añadamos ahora los cruceros y los viajes de novios en avión, con música ambiental interpretada por la Orquesta Internacional del Coronavirus…