Una verja, dos gatos

Universo felino


Contestaba a todas las preguntas con serenidad y, al menos aparentemente, conservaba un pensamiento congruente:

«¿Por qué no se puede vivir al margen de la realidad? Usted me animó a tener esperanza. No hay nada que te mantenga más aislada de la realidad que la esperanza.

¿Qué ley obliga a aceptar las cosas como son? Solo tengo que entrecerrar un poco los ojos y puedo verla haciendo piruetas a mi alrededor. La realidad no tiene ni la más mínima posibilidad de competir con eso.

No me importa ni la sociedad ni la especie ni la humanidad. No me importa el gregarismo que nos ha traído hasta aquí desde la noche de los tiempos. No me importa nada. No creo en nada. No creo en Dios. No creo en otra vida donde pueda hallar algún consuelo.

No temo a la locura. La locura solo espanta al cuerdo que observa al loco. A mí no me observa nadie. Si alguien llegara a compadecerme, ni siquiera me enteraría.

Locura es empeñarse en ir hacia el futuro pudiendo regresar a la Edad de Oro, aquellos días en que le preguntaba con frecuencia si era feliz y ella me contestaba: “Yo soy muy feliz”. Aunque furtivo, fue un tiempo maravilloso.

Cómo se explica a un niño que es más seguro que no se enteren otros de su felicidad. Cómo se hace algo así sin asustarlo.

En todos mis sueños me veo en un camino que no acaba nunca, con ella de la mano. Siempre me acariciaba la mano al caminar.

No es una pesadilla, es un sueño que me reconforta porque enmienda un tremendo error. Y luego me despierto y el error sigue ahí.

Haré lo único razonable dadas las circunstancias: me voy a ir a casa y voy a vivir lo que me quede al margen de la realidad, del futuro y de la esperanza».

Y efectivamente, se marchó a su casa. Abrió la verja. Entró. Cerró la verja y dejó fuera la realidad, la cordura y a todos los gatos de la calle, excepto al Tío Jules y a Mademoiselle Fifí.

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La ilustración de arriba es de la autora, Bernabela Azogue.