Ella vive a mil kilómetros de distancia. Las redes. Un comentario en el muro, una respuesta ingeniosa, WhatsApp, conversaciones telefónicas interminables, sexo recorriendo ondas electromagnéticas, relaciones no reales, vínculos de psicopatología cotidiana. Pierdes el contacto con la realidad. Te conformas con palabras escritas, con sentimientos expresados sin voz, con gestos imaginados que nunca has visto. Puro humo. Por el móvil es todavía más difícil, aunque pueda parecer lo contrario. Hablo de relaciones mujer-hombre en las que existe un vínculo emocional. Freud en su libro Psicopatología de la vida cotidiana utiliza el término de psicopatología para hacer referencia a la manera de errar humana, motivaciones inconscientes que nos conducen al error, es decir, cuando hacemos cosas sin querer, pero en el fondo queriendo. Una relación a distancia es un error de conducta siempre. Puede ser gratificante en algunos momentos, pero solo ahonda en tu soledad. Se convierte en una adicción con el tiempo, algo cómodo, agradable mientras sea correspondido, un infierno cuando no contesta, cuando desaparece. El encanto del error, el sufrimiento controlado por la posibilidad de desaparecer en dos clics. Locuras cotidianas cruzan las redes a la velocidad de la luz, puedes tener una amante en Oslo y no hacerle caso a la camarera cuarentona del bar tan simpática y redonda ella que te guiña un ojo de vez en cuando. Porque de una forma patológica eres fiel a tu exmujer y te da un nosequé darle tu número a una mujer que te miraría a los ojos cuando hablas con ella, a la que podrías coger de la mano y oler su pelo. Un día te cansas de ser un lotófago narcotizado, tu cuerpo dice basta y coges el coche y te plantas en la puerta del bar cuando Simona, la camarera, acaba su turno. Que se suba al coche ya es otra cosa.
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