Una bufanda de cuadros

Tinta fina


Estaba llegando a su destino. Hacía años que lo esperaba. Le parecía que había estado mucho tiempo en vía muerta, que por delante de ella habían ido pasando los destinos de los otros y el jefe de estación nunca sacaba el bastón para que su tren siguiera adelante hacia su destino.

El corazón se le aceleró. Lo pudo percibir en su garganta que empezaba a secarse por lo que tuvo que tragar saliva y carraspear para intentar aclarar la sequedad. Intentó pensar en otra cosa y el corazón respondió al estímulo calmando su carrera, volviendo a latir como antes, a unas ochenta pulsaciones al minuto, más o menos. Siempre había tenido el corazón perfecto y esas palpitaciones, a pesar de que sabía que su causa era la cercanía al lugar de destino, le inquietaron un poco. Nada, unos momentos solamente. Pero todo volvía a estar en orden.

Bajó la escalera hacia la estación subterránea con paso decidido, sin empujar a nadie ni impedir el paso de las personas que subían y que se veía que llevaban prisa. Seguramente llegaban tarde a sus ocupaciones por lo que no se les debía entorpecer el paso.

Llevaba una tarjeta en el bolsillo que sacó en cuanto alcanzó el vestíbulo donde estaban situadas las máquinas canceladoras. La tarjeta tenía una de las puntas dobladas por lo que tuvo que entretenerse a enderezarla antes de introducirla en la máquina que desbloquea el torniquete y permite el paso al andén. Tuvo que repetir dos veces la maniobra de desdoblar una de las puntas de la tarjeta antes de que el torniquete se aflojara y pudiera pasar.

En el andén vacío porque un tren acababa de abandonar la estación, un letrero luminoso anunciaba “Próximo tren 3 min. 20 seg.”.

Se apoyó contra la pared y ya el letrero ponía 3 min. 15 seg.

Dos colegialas con uniforme de colegio de monjas bajaron corriendo las escaleras de acceso al andén. Era raro ver niñas de uniforme por aquel barrio, pero ya le habían dicho que ahora los padres vuelven a confiar en la iglesia para la educación de las niñas. Ella no se lo acababa de creer, pero debía ser verdad.

3 min. 02 seg.

Decidió sentarse en el banco de piedra junto con un oficinista que leía el periódico y un muchacho con una cartera negra de plástico.

2 min. 58 seg.

Bajaron en tropel unos niños que iban al instituto y que comentaban el partido de la tarde anterior en el que el árbitro había sido alcanzado en plena coronilla por una botella al parecer de vino. El incidente era comentado entre risas y recuerdos a la madre del árbitro, que era de León y un desgraciado al decir de un adolescente granudo y con perilla.

2 min. 33 seg.

Se levantó porque la frialdad del asiento de piedra le estaba enfriando las piernas y su reuma se podía resentir. Dio unos pasos arriba y abajo del andén y se alejó lo más posible de las escaleras por las que había bajado. Acababa de ver a un conocido y no tenía ganas de saludarle.

1 min. 18 seg.

Se entretuvo a leer los distintos tipos de billetes que se podían adquirir en las taquillas, los abonos, las horas de apertura y cierre de las estaciones.

0 min. 35 seg.

Ya retumbaba a lo lejos el convoy. Se dio la vuelta decidida y bastaron sólo tres pasos firmes y elásticos.

El conocido trató de agarrarla, pero sólo pudo coger la bufanda que se le quedó en las manos. Una bufanda a cuadros grises y negros gastada por el uso, pasada de moda.



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