Un enamoramiento

Tinta fina

Salió a pasear como cada tarde de domingo. Se había puesto el traje azul con una camisa blanca y una corbata de rayas azules y blancas. Los zapatos negros, limpios, pero sin un brillo excesivo. A él no le gustaba destacar por su atuendo ni por ningún otro detalle de su vestimenta, era un hombre discreto que prefería el anonimato de la gran ciudad.

Al salir del portal de su edificio giró a la derecha como solía hacer los domingos pares. Girar a la izquierda lo tenía reservado a los domingos con cifra impar. Enfiló la calle con paso decidido y torció de nuevo a la derecha por la gran avenida que llevaba al parque de la ciudad. Caminaba como si tuviera un destino concreto, como si tuviera una misión que cumplir o una cita importante a la que debía acudir sin falta.

La verja del parque se alzaba imponente frente a sus ojos, era una de esas verjas monumentales propia de siglos anteriores, pintada de negro con los extremos superiores de los barrotes dorados y puntiagudos como lanzas y allí estaba frente a él, invitándole a entrar a ese parque que había sido jardín real y ahora no era más que un lugar de esparcimiento de ciudadanos de medio pelo, madres con niños, parejas de novios y adolescentes aburridos y sin imaginación, más pendientes de sus teléfonos que de las ardillas que saltaban de árbol en árbol o de cualquier otra cosa que se desarrollara ante sus ojos.

Llegó a la zona del estanque en el que había unas cuantas barcas de remos guiadas por padres con sus hijos o muchachos que remaban con entusiasmo. La estampa bucólica le hizo recordar su infancia ya lejana.

Pasó la tarde deambulando por los jardines sin rumbo fijo. De repente la vio, alta, esbelta con un vestido floreado y un cestito de frutas en su brazo izquierdo. Parecían manzanas, aunque no estaba seguro, pero por la forma aseguraría que eran manzanas. Llevaba un pañuelo en la cabeza que le daba un cierto aire campesino encantador.

Quedó prendado al instante, pero no se atrevió a dirigirle la palabra. Se sentó en un banco no demasiado cercano para poder observarla sin ser visto. Se quedó allí hasta que comenzó a anochecer y cayó en la cuenta de que cerrarían el parque por lo que salió a paso ligero para no quedarse encerrado.

Durante muchos meses cada domingo, desde ese día, daba igual que fuera par o impar, se dirigía al mismo lugar del parque donde la muchacha parecía estar esperándole y la contemplaba con arrobamiento sin atreverse nunca a entablar una conversación.

Un domingo acudió a su cita secreta y la muchacha no estaba. Pensó que se había equivocado de camino o de lugar y buscó con ansia por los alrededores sin suerte. Ese domingo casi se queda encerrado en el parque, menos mal que un guarda se dio cuenta y le hizo salir. Estaba desolado.

Al domingo siguiente repitió la operación sin ningún éxito y lo mismo sucedió los dos siguientes. Este último domingo se armó de valor y preguntó a un guarda si la había visto. El guarda le respondió que el ayuntamiento había decidido llevársela para restaurar algunos detalles y tenerla lista para después del invierno que la volverían a colocar en su sitio.


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