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Comenzaré diciendo que en mi casa nunca me llamaban por mi nombre real: Agapito. Para todos siempre fui Pitón.
Al principio desconocía por qué. Alguna vez llegué a pensar que era una especie de diminutivo. O «aumentativo», según se mire. También pensé que podría relacionarse con las serpientes, dada mi afición a los bichos de todo tipo; aunque, teniendo en cuenta mi habilidad con las lagartijas, hubiera sido más apropiado llamarme Lagartijo.
He de decir que hasta los doce o trece años no me importó el mote. Luego, cuando fui creciendo, comprendí el porqué del remoquete aquel.
De mi infancia guardo en la memoria algunas cosas. Ya de muy crío recuerdo que la tata Antonia se negaba a sacarme la chorra para orinar:
—Este niño debe aprender a sacársela solo, que menudo pie calza. Da grima cogerle la cola.
También recuerdo a mis compañeros del cole cuando me decían:
—¿Cómo te llamas?
—Agapito.
—¡Pues agárrame el pito!
—¡Que te lo agarre tu padre!
Un día, meando frente a la tapia del cole, se me acercó un grandullón con ganas de cachondeo y, sacándose la cola, me soltó la frasecita:
—Agapito, agárrame el pito.
Y mostrándole lo mío le repliqué:
—Pa pito el mío, gilipollas.
Todo aquello me elevó la autoestima y la consideración de la chavalería que, como exhibición de rareza de feria, me decían entusiasmados:
—Agapito, enséñales a estos el rabo.
Hasta el punto de que, cuando algún compañero del cole, o del instituto después, me preguntaba mi nombre, poniéndome interesante e impostando la voz, como si fuera el agente 007, decía:
—Mi nombre es Pitón, Agapito Pitón.
¿Y qué tiene esto que ver con la Navidad?, se preguntarán los lectores con más razón que un santo. Pues que, tras la cena de nochevieja en familia, al pie de la chimenea, el tío Pedro, tras acabar con todo el cava disponible en la casa, más borracho que una cuba, iba diciendo:
—Para acompañar las bolas del abeto, en vez de espumillón, podríamos poner la chorra del sobrino como serpiente rodeando el árbol. Jejeje.
Y se reía el muy cabrón, orgulloso de mí y feliz, mostrándonos su boca desdentada. Y es que en mi familia siempre se nos dio muy bien enseñar nuestras cosas.
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