Un boli contra el mundo

La termita y la palabra


Tengo un amigo narrador que en sus tiempos mozos (entre los 32 y los 68 años) también fue catedrático (de Literatura) por quemar las horas, contagiar su afán, llenar la alacena.

Según me ha dicho, ha culminado una novela más que digna y quisiera presentarse a un premio que (conociéndolo) puede ganar: el Nadal. Sabe, como lo sé yo, que esas nadas que dice son desideratas al viento: no la va presentar.

Está jubilado y si ganase el premio (18.000 euros) habría abierto su sepultura fiscal: perdería la pensión por franquear la barrera de 9.100 euros (eso asegura) que fija el Estado para… los autores de literatura.

Si mi amigo escritor fuese rentista y tuviese seis pisos de lujo (en la avenida Pearson de Barcelona, en la calle Serrano de Madrid, en la Hernani de San Sebastián, en la Ramón Sáinz de Varanda de Zaragoza); si en lugar de obtener 10.000 euros en un año (con premios y conferencias) ganase 20.000 (no en un año, en un mes) especulando, no tendría problemas.

Tampoco hay incompatibilidades entre pensión pública y rentabilidad.

Mi amigo ha guardado en el cajón esa novela y barrunta hacer (o no) una tercera tesis doctoral; hizo una primera sobre el gnosticismo de San Irineo cuando era jovenzano y la Filosofía, su amante semanal, y otra (sobre los demonios morbíficos en la prehistoria europea de la Medicina), siendo la Psiquiatría teórica su reina conyugal.

No lo he dicho, pero es filólogo (románico), filósofo y médico: uno de esos galenos que nunca ejerció la Medicina real. O sí. Desde las aulas. Cauterizando la vida.

Mi amigo jubilado no existe. Como no existe el mundo diario que tanto le fascina. He leído (eso sí) su tesis fetal sobre Herbert E. Karl Frahm, si gustan Willy Brandt.

Una maravilla.

Mi amigo vive en un piso pamplonés de 83 metros cuadrados. Una guarida atiborrada de libros, divorcio, desencanto: la bilis boreal de la rutina. Lo acabará de pagar el próximo mes de noviembre. Se hipotecó (en 2003) durante 20 años. Tenía 49. Dos hijos y una hija. Y un matrimonio naufragio, una gata persa y una sonrisa.


Más artículos de Izquierdo Dani

Ver todos los artículos de