«Ulises», de Jaime Joyce

Mortificaciones literarias


El día en que se me rompió la pata de la cama heredada de mi abuela María Enriqueta, le ordené a mi asistenta Edurne que dispusiera algunos libros para suplir la pieza rota. Así descubrí, por fin, el valor de la novela Ulises, de ese irlandés botifler cuyos mejores escritos son las cartas subidas de tono que le mandaba a Nora Barnacle.

Tampoco están mal sus cuentos, dicha sea la verdad. Pero el Ulises me parece algo insufrible, aunque más insufrible es la caterva de intelectuales y supuestos críticos sesudos que le adulan, solo para simular que han comprendido algo. Y me atrevo a decir más: ¿alguien se ha leído esas mil páginas? No me lo creo. El famoso monólogo final, de más de cincuenta, resulta una lectura irritante. Prefiero leerme el manual para el montaje de desagües de inodoros que la supuesta genialidad de Joyce.

Dicen que esa novela cambió la novelística para siempre, pero no sé a qué se refieren, ya que yo veo que los mayores éxitos literarios actuales no le deben nada a Joyce, nadie le imita, nadie le plagia, nadie le recuerda. Y se lo tiene merecido, por tedioso. ¿Le regalaban la tinta y el papel? ¿Le pagaban sus novelas al peso, como a Dostoievski?

Cuando era muy joven, mi prima Obdulia me recomendó Retrato del artista adolescente, otra novela de Jaime que empieza con unos mugidos de vaca, como para poner a prueba la paciencia del lector. Y luego viene un monólogo barroco y dilatado hasta lo indecible, puesto en boca de un jesuita, en el que se narran las torturas del infierno. Torturas que deseo que le estén infringiendo a Joyce en el infierno de los escritores fastidiosos.

Quizás lo más grave de ese novelón es que, entre bostezos, uno pierde el interés. Si consigue llegar al pasaje de la charcutería, paradigma de la escena absurda y aburrida, comprenderá lo que le digo. Haga un experimento: copie unas páginas de ese libro y mándeselas a un editor: este le devolverá el manuscrito con unos cuantos improperios. Y no se preocupe, ningún editor de hoy se ha leído el tostón de Jaime.

De modo que ya lo ven, he encontrado para el Ulises el lugar apropiado en mi biblioteca. Otro día les contaré el suceso de la cama rota, en el que, como habrán imaginado, Obdulia, mi prima diabólica, tuvo algo que ver.

(La portada del libro es una reinterpretación de Zappico2014, of course).

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Nota: En 2017, la policía requisó el cuaderno titulado “Mortificaciones literarias” en el registro efectuado en el domicilio de Sandro de Villegas (calle Zamenhof), presunto estafador de ancianas a las que engañaba disfrazado de párroco de la iglesia de San Felipe Neri.