Para Sandra Canóniga y Mónica Caldeiro
Sujeto a lo que queda de año,
con los dedos clavados
en la niña recién desenterrada,
oigo el balanceo del cómico
colgado del cuello
a la puerta de un colegio.
Hace unos minutos
estuve sentado bajo
el vaivén de ese cuerpo.
Consolaba a un viejo amigo,
que había recibido puñetazos
separando
a dos jóvenes en una pelea.
Ahora miro lo que me queda de año:
una niña durmiente y yo
manchados de tierra.
Compartimos sangre seca
entre la carne y las uñas.
Es una lástima que sea invierno
y no tenga un pedacito de sandía
con el que suavizar
la larga tristeza de sus labios.