Construyo, erijo una tarta, con sus tres pisos, de bizcocho, crema y merengue. Me ha quedado canónica. Se acurruca en el gran plato marca Churchill-especial hostelería que tanto aprecio. La observo y me enorgullezco de esta blanca ofrenda de cumpleaños, que va a aguardar el señalado día cobijada en la nevera. ¿Resistirá el merengue una madrugada y medio día más sin perder cuerpo y tersura?, ¿surtirá efecto el cremor tártaro? Misterio. Y la mermelada de cereza negra: ¿se fusionará con el bizcocho de almendra para alborotar papilas gustativas o será un aditamento ni fu ni fa? La torta-tarta duerme en el oscuro frigorífico, guardando sus secretos (bicarbonato, lima y una pizca de sal), y yo me desvelo deseando la pronta llegada de la hora de la fiesta cumpleañera. Que resista, que aguante tiesa y lozana, que sus sabores se refuercen con el paso de las horas y la concentración de las esencias, y que cumplas muchos más. Seguiré contando.
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