Tarde. Se hace tarde. Se me ha hecho tarde y en la (buena) dicha tardía me aposento. Con las manos, todavía calientes, aparto la arenilla de la gran piedra en la que pienso sentarme, ésta que el sol del fin del día lame. Atraviesa mi carne, y llega al hueso, el fuego seco que la piedra me ofrece. Reconfortante es la invasión de la alta temperatura, concentrada como una sabrosa jalea incomestible y densa, densa, al estilo del pan de centeno o el jabón de laurel y oliva. Descanso en este sillón plano y sin techo. La tarde se está cerrando, grado a grado, enfriándose en mi cuerpo que, con mi permiso, ha ocupado. Pronto me iré, con el frío. Seguiré contando.
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