Sweet Valentines o el fulgor

M de Mirinda

 

Mis sweet Valentines solo se me muestran en escenas fugaces dentro de sueños más grandes. Entre las turbulencias y los focos de mis películas nocturnas pueden aparecer sus cuerpos danzantes, tocada la cabeza con un florido sombrero de payaso, o bien hacen acto de presencia sus labios, sus mejillas festoneadas de preciosos granos de arroz, o veo cómo se pierden sus nucas culebreando por un acantilado… A veces musitan sentencias duras, de desapego, o eso creo recordar por la mañana, ya despierta, pero no me molestan, porque son ecos de presencia, pruebas sensibles que, de algún modo, tiñen incluso la vigilia y, así, me dejan su impronta durante todo el día. Hombres que se hicieron los imposibles ahora, en la nebulosa de lo soñado, se me convierten en señales de buen auspicio.

Los auténticos Valentines son así, puntuales sonajeros que, a modo de cometa, me rozan cada tanto, desorbitados, y dan color con su fueguecillo de misterio desmontable y chisporrotean y descorchan una alegría moderada, hasta la siguiente aparición onírica.

Mis bengalas masculinas, mis queridas lentejuelas falsísimas que reflejáis la luz propia del inverosímil reencuentro: sois fulgor que no ciega.


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