Existe el «Tiempo de los sueños» de los nativos australianos, que es el mismo en que se creó según ellos al mundo, mediante la agencia de unos héroes mitológicos que, dormidos en ese mundo primigenio, se despiertan y dan forma a esta tierra, donde se largan a vivir. Los sueños se consagran definitivamente en la cultura contemporánea. Subyacentes a un friso de imágenes se arrastran nuestras latencias freudianas. Pero a la vez los sueños se concatenan y forman un universo paralelo, al que se puede tener acceso, aunque no sea muy propicio para la acción o dirección voluntarias. Me ha sucedido estar soñando algo, despertar, volver a dormirme, y seguir en ese mismo sueño, unas tres veces, me acuerdo, aunque creo que los personajes involucrados también han aparecido en otros sueños. He construido, o se me ha ido armando, un Santiago con enormes cerros en los primeros faldeos de la cordillera aledaña. Accesibles mediante vastos funiculares que te llevan a sus cumbres. En una de ellas hay una terraza, un café con mesitas chicas redondas, transparentes, donde a veces me junto con un amigo extranjero, pero que vive en Santiago desde hace años. El Centro de la ciudad es intrincado e imprevisible, el transporte público es antojadizo, aunque el Santiago por así decir “real” tiene uno de los mejores sistemas de metro del mundo. Casi sin darse cuenta uno pasa del sector administrativo y comercial, turístico, a barriadas decadentes, pero seguras si uno se familiariza con ellas. En una de esas calles vive un amigo al que suelo visitar cuando sueño por ahí. Y no es broma, como no lo es el cambio súbito que sufren las pastosas riberas de ese Mapocho, que se llenan de deshechos, materia fecal y personajes amenazantes, casi sin que uno, que camina distraído admirando el paisaje, pueda darse cuenta. Pero reflexionando al escribir esta nota concluyo que no se trata de un mundo o mundos paralelos, sino más bien de uno en formación, o a lo mejor de varios, a los que uno va agregando pedazos cada vez que sueña.
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