Admiro profundamente la poesía de Petrarca, creo que sus sonetos son un faro potentísimo que ilumina toda la cultura europea.
Estoy convencido que la belleza de sus versos sólo puede salir de la pluma de alguien que tiene un sentido de la proporción extraordinario, de un poeta con un gran sentido del humor y que sabe comer muy bien.
Petrarca escribía con el estómago saciado, probablemente después de haber comido un buen plato de spaghetti alla Pantelleria acompañado de unos traguitos de chianti de su Arezzo natal.
Después de una siesta escasa y creativa, el poeta despertaba con los ojos despejados y con la mirada plácida. Entonces era capaz de componer los más bellos sonetos a su Laura, y escribir un librito cargado de humor e ironía como su Diálogo entre el Gozo y la Razón.
Los spaghetti con alcaparras avivan la mirada y ayudan a relativizar.