El poder del mal es hacer que la realidad deje de existir -siguió diciendo Enmanuel-. Hacer que la misma existencia se detenga. Es el lento escurrirse de todo lo que existe hasta que se haya convertido en un fantasma. Ese proceso ya ha empezado.
Philip K. Dick
¿Está la mente humana, como señalaba H.G. Wells en 1945 antes de las explosiones nucleares en Japón, al borde de la aniquilación? ¿Han sellado definitivamente, la cibercultura y la globalización financiera, toda posibilidad de creatividad, de libertad, de prosperidad y de justicia humanas? ¿Sobreviviremos a la guerra que se está convocando ante nuestros ojos con la complicidad de nuestra impotencia y apatía? ¿Podremos seguir confiando en la “política” como panacea, incluso en la política mal llamada “revolucionaria”, tras doscientos años de carnicerías, de tiranías y de fiascos? ¿Acaso no percibimos cómo la fealdad, la opresión y la estupidez dirigidas van paulatinamente adueñándose de todos los espacios? ¿Será la sociedad secreta la forma del gobierno del futuro?
Vivimos en una época de falsos milagros, de malevolencia palpable y de tergiversación sistemática de lo visible y lo invisible. El hombre un buen día detuvo la noción de mundo; aquí, en nuestras muy democráticas sociedades supuestamente imbuidas de ideales sociales irrefutables. Flota sin duda un hechizo sobre nosotros: nunca tan pocos y peores han ejercido un poder tan avasallador y tan incisivo sobre el resto. Pero aún persisten lo definitivo y lo insondable en el pliegue del rizo cotidiano, es duro percatarse de que hay otro orden… Sólo los espíritus superficiales abordan las ideas con delicadeza.
Cuando se han profanado todos los secretos, cuando se ha consagrado el sopor como ideal de vida, cuando se ha escogido la falsa locura (la de la sumisión a las computadoras) como idealizada cotidianidad, cuando se apela como paradigma a la mente torpe de la voluntad general para mejor ahogar en simulacros toda posibilidad de resistencia y de cambio… Entonces ha llegado la hora de rasgar el velo ideológico: ni el robot, ni el comisario, ni el científico tienen, ni deben tener, la última palabra. Ni la multitud, ni las vanguardias, ni la Máquina que sirve a ambas como alegoría viviente.
Somos carne, somos palabra, somos viento…Todo hombre y toda mujer son una estrella.
Para confrontar creativamente esta crisis tenemos que ver con nuestros propios ojos para acceder a la doble visión, hemos de morder también la mano que nos da de comer para mejor ser libres. Estás a solas siempre contigo mismo y aunque no lo sepas escondes, juguetón y sombrío en tu “interior”, un alguien/algo al que para entendernos llamaremos “dios”.
Que no te desfigure la insurrección, medida y prevista, que sueña la crisis y no se te ocurra responder a la repelente llamada de los minaretes… Mejor deslizarse donde se alcanza la dimensión del fuego, más allá de toda proclividad a la manada.
Para vivir hay que ser Alguien en la ceremonia del sol negro.