A veces tengo la sensación de que hay gente que ha nacido con un don. Unos son especialmente habilidosos con la música; otros con el arte; los hay que lo son con los números, y también los que están particularmente dotados para el deporte. Sandrita también tiene un don: el de la elegancia, el saber estar, cualquiera que sea el lugar o el contexto donde se encuentre, una capacidad y disposición para moverse como casi nadie sabe hacerlo y destacar por ello. Muchos piensan, al girar la cabeza para verla pasar, que podría dedicarse al mundo de la moda o como modelo de fotografía. Su cuerpo es canónicamente perfecto y su gusto al vestir y al maquillarse es exquisito, redundando todo ello en una belleza deslumbrante.
Nunca he visto a Sandrita salir de su casa sin estar perfectamente arreglada y, sospecho, sin ser ajena a todo lo que sus movimientos, gestos y ademanes pueden lograr para mostrar la mejor faceta de sí misma. Incluso le he visto usar un monóculo para dar, según sus propias palabras, un toque de insólito e inusual estilo a su imagen.
Por cierto, no lo he citado, Sandrita es la esposa de Carlos, el empleado de banca con sueños de astronauta. El contraste entre ambos es más que evidente y resalta la apariencia de los dos, sobre todo la de Sandrita. Sin ser un tipo feo, Carlos es lo que consideraríamos un hombre corriente —si exceptuamos sus devaneos con el espacio interestelar—, un individuo que no destacaría en cualquier grupo numeroso de personas casi por ninguna de sus características visuales. Muy al contrario que su mujer que, allá donde esté, atrae las miradas de cualquiera, sea del género que sea, como si de una diosa se tratase. Y Carlos sabe bien esto. En contra de sentirse apocado o invisible para los demás junto a semejante mujer, se muestra ufano, orgulloso y presumido de ser la pareja de Sandrita, de ser quien duerme con una persona deseada por todos… puede que también por todas.
Cuando Carlos regresa de la oficina bancaria cada tarde, acostumbran a salir juntos a dar un largo paseo, casi siempre el mismo paseo, ella arregladísima y él, agarrado de su brazo o de su mano, muy formal y con un gesto de felicidad envidiable, real, una satisfacción que vista al pasar pareciera que acapara todas las facetas de su existencia.
El semblante de Sandrita, sin embargo, sin dejar de mostrar esa elevada belleza y elegancia que le surge de manera natural, tiene un deje de superioridad estética, de altivez, como si caminara un par de centímetros sobre la superficie del suelo, levitando en su magnificencia… aunque sin que parezca ofensivo para nadie en ningún momento.
El aspecto de la pareja es curioso. Él siempre con una sonrisa y una amabilidad casi empalagosa como tarjeta. Ella, bastante más alta aun sin calzar tacones, con una elegancia suprema y una belleza seductora y casi mágica. Juntos parecen un matrimonio de conveniencia, pero tengo la certeza de que se quieren sin condiciones y se sienten felices en su convivencia.
Lo que no sabe Carlos es que durante el tiempo diario en el que está trabajando en la oficina, mezclando números y balances con oníricos viajes siderales y planetas, su mujer tiene encuentros con otros hombres a cambio de fuertes sumas de dinero. Sandrita me ha confesado que adora a su marido y que haría lo que fuera porque nada cambie en su felicidad conyugal.
Los encuentros, afirma, los tiene para incrementar dos tipos de enriquecimiento. Uno, pecuniario, con el que sustenta sus caros vestidos, sus tratamientos de belleza, las excelentes comidas que contrata a un servicio de catering de lujo y un monto de ahorro (que Carlos bien podría asesorar con su experiencia) para pasar la madurez y la vejez con su marido sin excesivas complicaciones.
La otra riqueza generada que atesora en las diferentes experiencias sexuales de sus muy variados encuentros redunda en beneficio de su propio idilio con el marido, que disfruta de todos los aprendizajes eróticos, de todas las habilidades practicadas y de todos los ensayos sexuales de dichos encuentros furtivos. Carlitos que, según ella, vive feliz, no se enterará nunca de sus escarceos puteros porque su cabeza está siempre viajando por el vacío sideral entre las estrellas.