Es 14 de Febrero, San Valentín, y aún no me han regalado nada, se queja la vecina del tercero en la cola de la panadería. Será porque no tienes quien te quiera, comenta el malasombra del barrio. Un poeta nos advierte que no debemos jugar con las cosas del querer. Pamplinas, apunta un desconocido que va en patinete, se han escrito demasiadas poesías malas sobre este órgano de naturaleza muscular, sobre esta bicicleta eléctrica de la circulación de la sangre, que es el corazón. No sean crueles con los poetas, que viven del aire, advierte una mujer de la calle que baja al barrio los fines de semana.
Voy a leerles una cosa sobre el amor, dice el poeta, un folleto que hoy he encontrado por la calle (no hagan bromas obscenas con folleto, folletón, foll…, ya saben). ¿Otro folleto poético?, siempre nos trae un folleto nuevo, ¿no será que los escribe usted mismo? No, no, me lo he encontrado en el suelo al salir de casa, en la acera, delante mismo del portal. Dice así, con título enigmático y sin ningún punto y seguido ni punto y aparte:
SAN VALENTÍN, EL ACORDEONISTA, LA DOMADORA DE TIGRES Y UN RAMO DE VIOLETAS
El día de los enamorados, el día del amor en El Corte Inglés o cualquier otra tienda o charco de mercado, el día de la poesía amorosa en el crucero, en el tren, en el avión, en el automóvil o debajo de un puente, un buen día para salir corriendo de la ciudad y leer un poema abandonado en la basura, lejos del día de los enamorados que se levantan con el pie derecho equivocado, se caen y desaparecen con el pie izquierdo torcido, lejos del día amoroso, sin regalo ni bicicleta ni pastel de nata, crema y hojaldre, lejos del día de la poesía para la novia, lejos de la amada con regalo, del amado con obsequio, del joyero de la esquina con sus anillos de compromiso y medallas de más amor (de bisutería: +que ayer, –que mañana), pero cerca del cocinero de espumas y burbujas para los comensales del desamor, mendrugos, vasos rotos, tierra gastada cuyos espantapájaros sensibles no cantan y se asustan cuando ven acercarse al comprador de rebajas amorosas, con una flor de aluminio envenenada en el ojal, con agujas de tricotar debajo del abrigo para clavar corazones en las paredes húmedas de la calle.
La canción no está mal del todo, aunque le sobra ritmo y gotas de sangre, comenta el malasombra. Pero, venga, no sea avaro del amor, señor poeta, dice la mujer de la calle, y regáleme una flor, una violeta, aunque sea de ayer o anteayer o esté marchita, aunque sea de ropa o de plástico, regáleme una violeta para que pueda disimular y hacerme la violetera por las esquinas del barrio, que soy la enamorada, diré, no la puta delicada que lleva una flor en la mano, sino la enamorada que celebra el día de San Valentín con un ramo de violetas, como Dios manda y El Corte Inglés anuncia a las parejas que se quieren, añade la mujer de calle antes de entrar en un bar de malasombras.