Uno de los problemas de la llamada poesía catalana va más allá de su improbable existencia y, en realidad, es mucho más grave: los autores catalanes siempre han sido tipejos pusilánimes, desprovistos de cualquier atractivo. Nada sexy, nada morbosos, díjome la prima Obdulia mientras encendía la chimenea deshojando un librito de poesías. La mayoría son hombres aburridos, empleados de banca o funcionarios, nada interesante que contar. Creo que solo Mercè Rodondèndron dio rienda suelta a su furor uterino, pero justamente esa parte de su vida es la que no se quiere contar, con lo cual también tenemos a una crítica literaria formada por una panda de besugos y filenos. Fíjate en un dato curioso: las novelas de la Rododèndron hablan de hombres tímidos e impotentes y de mujeres insatisfechas, muy curioso, ¿no te parece? Carlitos Piba, de apariencia asexuado, escribe unas metáforas sexuales tan oblicuas que permiten intuir que debía ser un perverso que se esforzaba en reprimirse… Casi todos han sido laboriosos padres de familia, tortell de reis, sardana, Orfeó Català, Cavall Fort y Òmnium Cultural. En resumen, un desastre.
Obdulia arrancó una nueva página del poemario, le lanzó una mirada desdeñosa y luego le prendió fuego con su mechero dorado, regalo de un viejo libertino que la obsequia con cosas caras que se calientan. Su último obsequio fue un caquelon de platino para hacer fondues savoyardes.
—Fíjate en este pobre hombre, Salvador Empriu —prosiguió desdeñosa—. Nacido en un villorrio costero, Salvador decidió que la mejor vida era la contemplativa y, por extensión, la intelectualidad y la poesía. Es decir, el tal Salva optó por no dar un palo al agua. A favor suyo estaban la hacienda familiar, capaz de aprovisionarle sin sufrimiento, y una madre que le alentaba la molicie. También intuyó que el matrimonio impone obligaciones, de modo que abrazó un celibato estricto y llevó una vida monacal. Alguna lengua maligna interpretó, en un poema suyo dedicado a un amigo mallorquín, que Salvatore ocultaba su tendencia homosexual tras la renuncia a la carne: quizás su madre no lo habría tolerado y, aquellos tiempos de beatería, tampoco. Su bebida preferida era el café con leche. Jamás probó el alcohol. Hizo un par de libritos de narrativa, siempre breve. Cuentos de tres o cuatro páginas, de un humor negro y corrosivo, lo mejor que escribió. Pero fue apreciado por su poesía, en donde muchos quisieron ver un patriotismo místico y casi rocambolesco. Uno de sus poemarios más celebrado fue El buey despiezado, que es justamente el que estoy quemando para encender la leña… cosa que deberías haber hecho tú, me espetó Obdulia en tono humillante, pero todos sabemos de tu bochornosa falta de brío. Quizás deberías dedicarte a la poesía. Catalana, por supuesto.
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Nota: En 2017, la policía requisó el cuaderno titulado “Mortificaciones literarias” en el registro efectuado en el domicilio de Sandro de Villegas (calle Zamenhof), presunto estafador de ancianas a las que engañaba disfrazado de párroco de la iglesia de San Felipe Neri.
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(La portada del libro es una reinterpretación de Zappico2014, of course).