Los científicos creen que las leyes del universo se aplican a materias primas, como los elementos, y se crea la vida. De esa creencia, fundada, nos escapamos de la religión propinando un puntapié a las certezas sobre miedos y demás elixires mentales. Hasta que sobreviene la muerte.
A mí me pilló en pleno acto sexual. Mi pareja no sintió nada, o, más bien, dejó de sentirme, pues el fallo cardíaco afectó a la circulación sanguínea; ninguna parte del cuerpo se libró de la falta de flujo y todo se relajó. Apenas sentí un pinchazo en el pecho segundos antes de evaporarme de la carne, con todo el dolor de mi corazón, pues Julia era mucha Julia. La pobre… Sentada sobre mí, hizo lo posible por reanimarme desde la lujuria y, después, desde la histeria, cuando apreció que la expresión de goce en mi cara iba a ser para siempre. Los de emergencias al teléfono, ella vistiéndose atropelladamente, deambulando nerviosa sin saber a quién llamar esperando la ambulancia. Hubieron de medicarla después de soltarme unas descargas eléctricas. Todo fue en vano; Julia pasaría esa noche sin dormir.
Han transcurrido unos meses y no he vuelto a sentir nada remotamente próximo a un orgasmo. No me quejo de ser etéreo porque tiene sus ventajas, pero se echa de menos el sexo. He de puntualizar, además, que, sin saber si soy algo vivo o no, mantengo la capacidad reproductiva; eso sí, asexual. Hay partes (o clones) de mí en diversos puntos del planeta. Habrá quien piense que es una fantasmada, mas no lo digo por alardear, pues de poco serviría: en mi estado no conozco a nadie, no tengo vida social. Vago, traspaso muros… Quiero decir que recorro el mundo y atravieso paredes, no que sea vago para abrir puertas. Esto, dicho sea de paso, no tiene nada que ver con la superposición cuántica. Vamos, ni esto ni lo que he mencionado sobre mis descendientes en este estado. Y tampoco tengo el don de la ubicuidad. Ahora, eso sí, a veces recibo noticias de algún suceso poltergeist y ya sé de quién sospechar. Por lo demás, soy discreto como los números enteros (y los estados cuánticos, de acuerdo) y no me gusta prodigarme. Si alguien lee esto, ha de saber que soy real, pese a mi discreción.
Hecha esta leve digresión, debo aludir al propósito de este escrito.
Bien. No puedo pasar por alto a quienes siguen profanando mi buen nombre. ¡Que ya está bien, coño! Que digo yo que ya ha pasado tiempo suficiente para que me perdonéis. Sí, claro que lo sé: los cinco mil del ala que me prestaron Norberto y Jaime; aquella noche loca con Tamara, la mujer de Santi; lo de las acciones que salieron ranas… Y siento de verdad lo de tu cortacésped, Quique; ¿cómo iba a saber que el vecino cultivaba trufas? Y menos que las tenía pegadas a tu parcela. Todo tiene una solución menos la muer… ¡Qué narices! Incluso la muerte. ¿O es que no lo veis? El negocio de sartenes adherentes no funcionó como esperaba y perdí vuestros cinco mil euros, pero casi pierdo hasta la camisa. Lo de Tamara no fue a más; solo sexo, lo juro. Y, en cuanto a las acciones, está claro que fue un error no atribuible a mí: mi contacto en la bolsa, Rodríguez, el ujier del que os hablé, el que conocía a todos los corredores, jugaba en corto y era el primer interesado en que se inflara la cotización de la conservera; debimos ser más conservadores, pero nada más. Chicos, de verdad, dejad de mancillarme. Cuando os veáis en mi situación, porque todo llega, al menos habréis disfrutado de una merecida jubilación que yo jamás disfrutaré. Pensadlo. Además, aunque lleguéis a viejos, que llegaréis, comprobaréis que aquí no se está tan mal. No nos veremos, es cierto, pero hay formas de comunicarnos.
Por último, quiero agradecer a La Charca Literaria que me haya brindado este ilustre espacio para manifestarme. Uno nunca sabe cómo acertar.