Una actividad relajante es mirar por la ventana, al infinito (aunque éste sea la fachada de enfrente, a 20 metros), para que el pensamiento viaje, se eleve, transcienda. Muy zen.
O abrir la puerta a los recuerdos:
Cuando era niño, muchas veces vi un vaso-taza (de aquellos metálicos, que llamaban «de porcelana») en una esquina de la cocina de carbón (templado, nunca caliente). Sobre él, media cebolla atravesada por un par de palitos, para que el «sudor» goteara sobre el agua (un culín, solamente). Ácido ascórbico, pura vitamina C. Anticatarral. Saludable. Asqueroso y eficaz a partes iguales. Lo suyo era respirar los vapores, sin embargo, tengo la imagen de la tía Josefa bebiéndolo, y tan fresca.
En estas tardes-noches gélidas de otoño-invierno, la mejor receta es un vaso (o copa) de agua fresca, no fría. Rompemos en dos mitades (procurando «aplastar» un poco) una hoja de menta y las introducimos en el líquido, removemos con un agitador, una cucharilla o el dedo, y a disfrutar con un libro, una peli, internet y las redes, o lo que sea.
Se puede añadir un hielo, una rodajita de limón… Pero no lo recomiendo, hay muchas probabilidades de que la cosa termine en gin-tonic…
Consejos buenos, bonitos y baratos. Para mentes despejadas, sensibles, creadoras.
Perdonad que no os acompañe, yo soy más de coñac y humo de risas. Porque la mente despejada me aturde: demasiados pájaros.