Por lo que se puede colegir en esa suerte de diario, la segunda noche que el joven pasó solo habría sido todavía más intranquila, como consta en el documento mencionado, de indudable carácter autobiográfico. Los datos se corroboraron con entrevistas al sujeto, y con otras grabaciones efectuadas sin conocimiento del individuo: de la policía y del personal médico y de los psiquiatras. Las notas mencionan hechos factuales: los grillos y el maullar de los gatos disputándose a una gata rubia por los tejados. No podía dormir. Cayó por fin en un sopor con las primeras luces del alba cuando lo despertaron unos ruidos casi al frente de la casa. Al comienzo se quedó quieto. Cuando sintió el estampido y las carreras, se despabiló y corrió hacia la ventana. Apartando la cortina vio unas siluetas que parecían debatirse luchando en el medio de la calle. Algo zumbó sobre una cabeza. Figuras fugitivas efectuaron otros disparos que estocaron a la noche que retrocedía ella misma arrancando de las primeras luces del alba. Por los gritos parecía que un proyectil había dado en el blanco. Otro grupo de sombras, se deshizo, corriendo las siluetas cada una para su santo. Bajo el farol de la esquina yacía una figura boca abajo. Ya se comenzaban a abrir las ventanas del vecindario. Para mirar a él le bastaba hacer a un lado el visillo. El coronel en retiro de la casa vecina salió a la calle con un desparpajo fruto de años pasados de impunidad y seguridad, oscilando sobre su panza y esgrimiendo una grosera linterna, que desparramaba su insolente haz de luz. El joven dice que el haz de luz dio de lleno sobre su ventana, haciéndolo saltar a un costado.
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