Rayuela

Trampantojos

 

1. Mis padres asistieron a la colocación de la primera piedra de su flamante bloque de pisos, el mismo que, años más tarde, casi se nos viene encima por la endeblez de sus materiales.

2. También de piedra era la casa de los abuelos en el pueblo, exactamente del mismo tipo que me tiraban los mozos cada verano, riéndose del pipiolo canijo que venía de la ciudad.

3. La residencia estudiantil lucía una fea fachada de granito gris, pero lo que más recuerdo son las infinitas escaleras que los veteranos nos hacían subir una y otra vez a la pata coja.

4. Conseguí trabajo en una capital de provincia. Lo que parecía un buen puesto, cada vez se fue pareciendo más a la labor de un picapedrero: un esfuerzo ingente para acabar molido como un puñado de gravilla.

5. Tras aquello, me tomé un año sabático. Me largué a una isla en mitad del mar, pero la claustrofobia me hacía desear tirarme desde sus impresionantes acantilados de arenisca y volver como fuese a tierra firme.

6. Nos fuimos a vivir juntos. Éramos felices, o eso creíamos. Un día nos despertamos para comprobar que nuestros corazones se habían transformado en dos rocas de duro pedernal. No pudimos soportar su pesado lastre.

7. Mi pisito estaba muy bien. Hermosas vistas, estupenda orientación, y tan luminoso. La lástima: un quinto sin ascensor. Cada año que pasaba añadía un canto al imaginario saco que cargaba cuando ascendía por sus peldaños.

8. En el hogar de ancianos atendían todas nuestras necesidades. A pesar de los cuidados dispensados, la mirada de algunos residentes, plana y oscura como una laja de pizarra, me deprimía sin remedio.

CIELO. Ya tenía ganas de descansar de tanto trajín. Es cómodo, este cementerio, aunque mi mayor orgullo es esta magnífica lápida de mármol. Su alma pétrea me aplasta menos que los sinsabores que han empedrado mi vida.


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