La barrera que separa nuestros sueños de la realidad es un muro imaginario que me gustaría derribar.
¿Qué hago?
Escribo un poema.
Pinto un cuadro.
El poema habla de lo que está oculto.
El cuadro se mueve solo.
Atravesar, sentir, penetrar, entregarse.
He escrito varios libros hermosos que no están publicados. No tengo contactos, no tengo nombre, no soy joven, no sé cómo no hallo el camino. No me atrevo. Los leo de vez en cuando, imagino portadas, títulos. Sigo escribiendo.
Sueño con cajas. Cajas pequeñitas llenas de anillos, collares, joyas y brillante bisutería. Las guardo juntas, apiladas una sobre otra y todas ellas encajan en un hueco que parece un nido. Veo en el sueño cómo yo las abro, contemplo las joyas, las muevo, las recoloco repetidas veces y las hago encajar de nuevo dentro del escondite.
Salgo con un hombre que me gusta, pero que habla demasiado. Que se ríe mucho, que me explica sus planes, pero que no sabe estar solo. Se queda en mi casa, compra comida y cocina. Juntos echamos la siesta. Cuando me quedo sola aprovecho para descansar.
Sueño con un hombre que me visita de vez en cuando. No pide permiso. En el sueño, me callo. Cada vez que viene a verme, me callo.
¿Por qué no se lo digo?
Que no te quiero.
Que no soy tu novia.
Que no quiero verte.
Me acuesto con él.
Se queda conmigo.
Y no se lo digo.
(Esto que tocan tus manos se escapa. Se ha escapado ya).