Ocurrió hace unos cuatrocientos años, en el Siglo de Oro. Para ser más precisos, entre finales de enero y principios de febrero de 1629.
Todo empezó a raíz de una herida que el cómico Pedro de Villegas infirió en la calle a un hermano del joven Calderón. La justicia perseguía al agresor, pero este logró refugiarse en el Convento de las Trinitarias Descalzas, situado cerca del lugar de la reyerta. Ante las insistentes llamadas del comediante, las religiosas abrieron la puerta y cobijaron al cómico. Al ver que ya se había roto la clausura, la justicia no tuvo empacho alguno en penetrar también en el recinto, donde, aparte de no dar con el fugado, en medio del fenomenal alboroto de las monjas, trataron brutalmente a las jóvenes Trinitarias Descalzas.
Este incidente hirió sensibilidades y originó controversias entre algunos escritores por diferentes razones: Lope de Vega, quejoso y con motivo, pues en el convento se hallaba Marcela, su hija predilecta, escribió una carta a la autoridad en estos términos: «Grande ha sido el rigor buscando a Pedro de Villegas; el monasterio rota la clausura y aun las imágenes…; la justicia buscándole entre las monjas… Yo estoy lastimado tanto por todas como por mi hija. El delito es grande; ¿pero qué culpa tienen las inocentes? Más ¿cuándo no la tuvieron los corderos del hambre de los lobos?»
Fray Hortensio Paravicino, poeta y orador influyente de la Orden Trinitaria, buscó un momento oportuno para censurar la conducta desconsiderada de la autoridad en el convento: el 11 de febrero, en un sermón fúnebre, denunció el atropello infligido a las monjas trinitarias y además aprovechó el momento para atacar a comediantes y a poetas dramáticos.
Calderón se sintió aludido en el sermón por ser el hermano del herido y ofendido por su oficio de dramaturgo y de comediante y en el estreno de su obra El Príncipe constante (una vez pasada la censura), en la escena donde aparece el gracioso de la comedia, introdujo un pequeño fragmento para burlarse de la oración fúnebre del fraile, especialmente de su habla crespa de estilo culterano.
La broma molestó a Paravicino, quien se quejó a la autoridad y consiguió que suprimieran la alusión y que Calderón fuera arrestado con guardias en su casa. El fraile también escribió un memorial ponderando la gravedad de la ofensa, y mostrando, además, inquina por los corrales y los comediantes: «Tomó la venganza el viernes pasado en una comedia que llaman El Príncipe constante, con sacarme al teatro de las comedias por mi mismo nombre, introduciendo en esta corrupción de las buenas costumbres, perpetua ofensa de Dios y los hombres, un lacayo bufón (o gracioso que ellos llaman), haciendo mofa de mis sermones…».
Los hechos que acabo de contarles están documentados por los estudiosos, ahora bien la historiografía literaria y religiosa no ha dilucidado lo más controvertido e intrigante del asunto: ¿en qué lugar del convento se escondió el cómico?, ¿las religiosas ayudaron al intruso?, ¿las monjas jóvenes desacataron a la autoridad?, ¿sor Marcela se enfrentó a los “lobos”?, ¿qué debió ocurrir dentro del convento para que la autoridad tratara con brutalidad a las monjas? No consta escrito en ninguna parte; no se sabe.
Puestos a intentar esclarecer los hechos, podría haber ocurrido que no dieran con el cómico porque, quizá, una monja joven lo disfrazara con sus atuendos y lo dejara rezando de rodillas en su alcoba; o, quizá, la autoridad, como venganza por no entregar al intruso, se extralimitó obscenamente con las monjas jóvenes, con las cruces rojas y azules en los atavíos de sus senos, con sus montes de Venus, hasta que debió llegar la Madre Trinitaria Superiora y puso punto y final a lo que Lope de Vega llegó a calificar en su carta a la autoridad como “el hambre de los lobos”.
Sor Marcela de San Félix (1605-1687), hija ilegítima de Lope de Vega y de la actriz Micaela de Luján —fue inscrita en el acta de bautizo como niña de padres desconocidos—, tenía veinticuatro años cuando acontecieron los hechos. La religiosa residió desde los dieciséis años hasta su muerte en el convento de las Trinitarias Descalzas y desempeñó casi todos los oficios: gallinera, refitolera, provisora, maestra de novicias y madre superiora. También escribió poemas y Coloquios espirituales, como Muerte del apetito, pero este coloquio no guarda relación alguna con los hechos de 1629 entre las monjas, el cómico y los lobos que entraron en el convento, sino con la enseñanza a las novicias de las buenas virtudes para dar muerte a las veleidades del apetito.
Arriba: Sor Marcela de San Félix, monja de las Trinitarias Descalzas de Madrid, viendo pasar el entierro de Lope de Vega, su padre, óleo sobre lienzo, 1862, de Ignacio Suárez Llanos (Museo Nacional del Prado). La verdadera protagonista del óleo es Marcela despidiéndose de su padre, el “Fénix de los ingenios”, el “Poeta del cielo y de la tierra”, el “Monstruo de la naturaleza”.