«…el uróboro, la serpiente que se canibaliza al devorar su propia cola, representada en la portada de este libro. Como veremos, se trata de una imagen adecuada para un sistema con tendencia ineludible a devorar las bases sociales, políticas y naturales de su propia existencia, que son, además, las bases de la nuestra».
Nancy Fraser, Capitalismo caníbal
Una comisión científica internacional dijo en la revista Nature que se están sobrepasado los límites seguros que hacen posible la vida humana en el planeta en relación con el clima, la biodiversidad, el agua dulce o la contaminación del aire; advirtió de que los seres humanos estamos corriendo riesgos colosales con el futuro de la civilización y de todo lo que vive en la Tierra. La ONU advertía también de que hemos pasado del calentamiento global a la ebullición global. Y un estudio de 80 investigadores y de la agencia medioambiental de la ONU manifestó que los gobiernos de los 20 principales países productores de combustibles fósiles tienen previsto producir en 2030 más del doble del máximo estipulado en las Cumbres del Clima. Sin embargo, tanto los informes de científicos como la agencia medioambiental de la ONU pasan por alto y no denuncian al culpable real del desastre medioambiental y humano del planeta.
Algunos pensadores —Jonathan Crary, Byung-Chul Han, Nancy Fraser, entre otros— sí que han denunciado al causante del desastre mundial, que no es otro que el capitalismo omnívoro y salvaje, representado actualmente por el tecnoliberalismo financierizado.
En Tierra quemada (Arial, 2022), el estadounidense Jonathan Crary recuerda que la historia ha demostrado que el capitalismo es irreconciliable con ninguna clase de conservación ni preservación y sostiene que uno de los indicadores del estado terminal del capitalismo es la ausencia de cualquier promesa sustancial o creíble de un futuro mejor, y que parte de nuestra actual crisis viene dada por la indolente aceptación de la idea, actualmente banalizada, de que un pequeño grupo de poderosas corporaciones multinacionales está inventando nuestro futuro, pero que en un planeta desfigurado por la austeridad neoliberal y el colapso medioambiental, ya no queda ni tan siquiera la pretensión de que el desarrollo científico y tecnológico esté alineado con la intencionalidad o la necesidad humanas.
Citando a Herbert Marcuse, Crary afirma que el capitalismo administra la sociedad mediante una fusión de tecnología y subyugación, de racionalidad y coerción: «La tecnología proporciona la gran racionalización para la falta de libertad de los seres humanos y demuestra la imposibilidad técnica de ser autónomos, de decidir sobre la propia vida». Sostiene que el mundo alrededor de internet es una prolongación del modo en el que el capitalismo ha exigido durante mucho tiempo una canalización de las energías y las emociones humanas hacia patrones conformados por los requisitos económicos y disciplinarios de las corporaciones tecnoliberales.
En Capitalismo y pulsión de muerte (Herder, 2022), el surcoreano Byung-Chul Han dice que «lo que hoy llamamos crecimiento es en realidad una proliferación carcinomatosa y carente de un objetivo fijo. Actualmente estamos asistiendo a un paroxismo de producción y de crecimiento que recuerda a un paroxismo de muerte. Finge una vitalidad que oculta que se está avecinando una catástrofe mortal. La producción cada vez se parece más a una destrucción. Lo que Walter Benjamin dijo en su momento sobre el fascismo se puede aplicar hoy al capitalismo».
En Capitalismo caníbal (Siglo XXI editores, 2023), la estadounidense Nancy Fraser afirma que la crisis de hoy no encaja en los modelos estándar de crisis que hemos heredado, ya que ahora es multidireccional y contiene no solo la economía oficial, finanzas incluidas, sino también fenómenos «no económicos» como la ebullición global, la falta de cuidados y el vaciado de los poderes públicos en todos los niveles. Para Fraser, el modelo de crisis que hemos heredado tiende a centrarse exclusivamente en los aspectos económicos, aislados y privilegiados por encima de otras facetas. La crisis actual genera nuevas configuraciones políticas y gramáticas de conflicto social: las luchas relacionadas con la naturaleza, la reproducción social, la desposesión y los poderes públicos ocupan lugares centrales de esta constelación e implican múltiples ejes de desigualdad, entre ellos la nacionalidad/raza-etnia, la religión, la sexualidad y la clase social. Para la intelectual norteamericana, la metáfora del canibalismo nos ofrece diversas vías prometedoras para un análisis de la sociedad capitalista, nos invita a ver la sociedad como un frenesí devorador institucionalizado en el que nosotros somos el plato principal.
Jonathan Crary concibe el poscapitalismo de tierra quemada como un nuevo campo de barbarie, despotismos regionales y cosas peores, donde la carestía adoptará formas inimaginables de brutalidad.
Nancy Fraser propone revisar el concepto de capitalismo y de crisis capitalista para adaptarlo a nuestro tiempo y crear un movimiento socialista y democrático amplio que reconozca la rapacidad del capital y matarlo por inanición.
Pero el capitalismo omnívoro y salvaje sigue su rumbo hacia ninguna parte y, a pesar de los informes de los científicos, del estudio medioambiental de la ONU y de las reflexiones de intelectuales como los citados, la realidad muestra que, si la humanidad —la ciudadanía, la clase trabajadora— está dividida, es imposible crear un movimiento suficientemente grande como para derrotar a las fuerzas reales del capital global y de las finanzas y matarlas por inanición para salvar el planeta.
Para decirlo con otra metáfora distinta a la del canibalismo: es como asistir a una reunión de vecinos de 7.900 millones de personas para arreglar el edificio que se hunde: incumplimiento de los acuerdos de las Cumbres del Clima, colapso medioambiental, virus imparables, sabotaje informático, conflictos bélicos, guerra biológica, basurales y amenazas nucleares, inteligencia artificial tóxica, encrucijada existencial…
Como dice Byung-Chul Han en Capitalismo y pulsión de muerte, la humanidad está en la fase dramática de autoalienación, de ignorancia voluntaria, de estupidez empedernida y solo le queda experimentar la propia destrucción como un goce estético.