Propiedad conmutativa

Trampantojos


A está enamorado de B y tiene la inmensa suerte de que ella le corresponde. Entre su amor sólo se interpone su marido, un señor de derechas y tradicionalista a más no poder que no quiere ni oír hablar de divorcio, so pena de castigo eterno en el infierno. Pero A ha ideado un plan, que expuso tímidamente a B en el lecho del hotel donde se encuentran. Ella, en un principio reticente, ha abrazado la idea con fervor, sugirió algunas mejoras e incluso decidió participar en su consecución. Es más, también se le ocurrió,
divertida, un nombre en clave perfecto: plan C, «C» de cadáver. Y de casamiento con campanas catedralicias.

B no soporta a A, tan poco como a su esposo, un impresentable que la deslumbró aún no sabe cómo y que ahora no tiene medio de quitárselo de encima. B empezó la relación con A por aburrimiento, a sabiendas de su simpleza, pero agradecida por su discreción. Por eso, cuando él le presentó su
descabellada idea de pegarle un tiro a su marido en plena calle, no se sorprendió de que ni siquiera hubiese tenido en cuenta la infinidad de cabos sueltos que habría que anudar. Le propuso una solución a todas luces mejor: un veneno de los que no dejan huella, que él adquiriría y ella administraría. A fin de cuentas, lo importante es el resultado del plan C. «C» de cadáver. Y de chao, capullo.


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