Edward Morgan Forster, en Aspectos de la novela escribe estas deslumbrantes palabras (cito:) «… la historia es una narración de sucesos ordenada temporalmente; un argumento es también una narración de sucesos pero el énfasis recae en la causalidad. Si escribo «el rey murió y luego murió la reina» eso es una historia; si escribo «la reina murió porque murió el rey» tengo un argumento». [E.M.Foster (2003) «Aspectos de la novela»; Debate. Barcelona, pág 92].Total, ese «porque» guarda la nuez: «la reina murió de pena».
No sé si soy un cascarrabias, si sufro un delirio particular o le pasa a más gente. Si es una sensación propia o la multiplicación (en el agua) de una onda expansiva. Lo desconozco. Sea como fuere (de un tiempo a esta parte) uno abre el periódico, la radio (incluso la televisión) buscando noticias que anclen su anacronismo en la realidad y siente en sus pituitarias el navajazo rastrero de historias sin argumento con olor a purines y manido envoltorio verbal. Sucesiones vacías sin porqué. En otro contexto, uno diría que han leído (los periodistas) a Joannes Scheffler (Angelus Silesius) y que la rosa (la actualidad) crece sin porqué, sin prestarse atención a sí misma; en este no cabe tal hilaridad.
La gran mayoría de los becarios que redactan esas «fraudonoticias» (vive dios que son becarios) no lee, porque no lee nadie. Ni Cristo. Nadie más allá de algún catedrático nostálgico, algún paciente insomne en el hospital, el reo resignado en la celda de aislamiento, los buenos editores y el alumno más vanguardista de la universidad. Hecho luctuoso, máxime si uno evoca la alta literatura periodística de los dos últimos siglos: Lüdwig Börne, Gottlieb Saphir, Adalbert Stifter, Ludwik Kossak, Ferdinand Kürnberger, Alfred Polgar, Robert Walser, Stefan Zweig, Karl Kraus, Ödön von Horváth, Franz Hessel; Hemingway, Dos Passos, Fitzgerald, Capote; Indro Montanelli, el eterno Ryszard Kapuściński, los domésticos Larra, Camba, Pla, Chaves Nogales, Gómez de la Serna, Gaziel, Vallejo, García Márquez… Si tienen mucho frío, Vázquez Montalbán.
Frío el que uno siente cuando abre la prensa como un balcón matinal y todo son reyezuelos muertos y pajes defraudadores, casuísticas mudas y mudas estadísticas, resultados deportivos sin raíz. Diríase que vivimos una vida aeropónica, que no requiere tierra donde hincar la razón ni tampoco la causa. Basta tener a mano un cuartucho oscuro (la exageración) para que crezca y crezca la historia, la patata. Según tengo entendido (corríjanme los agrónomos), al cultivo aeropónico no llegan los ratones. Tampoco llegan los críticos a la vacua ficción que algunos redactan para explicar la vida. Por eso vomitan padres con hijas enfermas, ancianas que han muerto quemadas por la oscuridad, futbolistas evasivos obviando los detalles. Los periodistas decentes cogerían el vómito, lo llevarían al laboratorio, estudiarían su tacto, aroma, presencia, forma, esencia, antes de escribir e inclusive, hablar. Los de hoy tienen prisa, de ahí que anden (como la mona Chita) de liana en liana, de titular en titular. En las afueras el mundo; en los despachos, los jefes: Tarzán.