Nosotros ya no creemos, aceptamos.
Charles Fort
Según John W. Campbell (1910-1971), excomulgado como “fascista” por parte de la nueva y trepanada generación norteamericana aficionada a la ciencia-ficción, “en El libro de los condenados hay como mínimo el germen de seis nuevas ciencias”.
El libro de los condenados es la obra más destacada de Charles Fort (1874-1932). Charles Fort no es tan solo una extraña fortaleza con forma de estrella construida en el siglo XVII por los ingleses en la costa de Irlanda, cerca de la localidad de Kindale e incendiada en 1922 durante la poco conocida en España guerra civil que siguió a la independencia del país verde que se dice sin serpientes, hoy un bello y bucólico espacio que puede recorrer con zapatillas deportivas el turista; Charles Fort fue un escritor norteamericano que produjo su obra durante lo más acérrimo de la “era del jazz”, una obra ensayística en gran medida inclasificable fundamentada en lo extraño y lo anómalo.
Aunque la Wikipedia en español —turbias aguas en las que casi nunca se puede abrevar— le considere un “investigador”, fue fundamentalmente un escritor. Una nueva traducción prologada y anotada de su obra más difundida y antes citada ha visto la luz a través del buen oficio editorial de Reediciones Anómalas, que ha contado en esta ocasión con la insustituible y eficaz profesionalidad de Grace Morales.
Vida más que difícil, tanto por sus humildes orígenes sociales como por lo conflictivo de su entorno familiar, Charles Fort inicia su trabajo literario como artífice de peculiares narraciones satíricas, incluso publica sin éxito en 1908 una novela de contenido social. Protegido por el escritor Theodore Dreiser (1871-1945) se inmortalizará con El libro de los condenados en 1919, tras más de un lustro de permanecer tomando notas en la biblioteca pública de Manhattan. Nuestro héroe, dotado con bigotes de morsa, es tan neoyorquino como Woody Allen.
La búsqueda de relaciones ocultas entre datos asombrosos e inexplicables, “los hechos condenados”, procedentes en su gran mayoría de la lectura de un piélago de publicaciones científicas que abarcan gran parte del siglo XIX hasta 1916, son la clave de bóveda de esta obra que, con razón, H.P. Lovecraft (1890-1937) consideró un poderoso estímulo para la generación de argumentos de ficción extraña e insólita.
Prontuario inquietante de hechos dispersos enterrados en la fosa común de la Ciencia, más sistemático y sutil de lo que muchos lectores descuidados suponen, constituye también una crítica descarnada y satírica de las concepciones positivistas y de su pretensión dogmática de conocimiento absoluto, a fuer de aportación filosófica independiente vehiculadora de una muy peculiar vía de corte sapiencial.
Booth Tarkington (1869-1946) consideró su obra como producto de una brocha hundida en el terremoto y en el eclipse… Fue contemporáneo, aunque alejado afortunadamente para él y nosotros, de las escolanías artísticas europeas de su tiempo: las hoy momificadas “vanguardias”. Operó, como señala Grace Morales, a modo de catalizador involuntario en la generación del armazón de la ufología y en la configuración de elementos básicos de la cultura popular del siglo XX.
El libro de los condenados es una obra peligrosa por la forma de concebir el mundo de su tiempo, al pensar lo extraño y lo absurdo como constituyentes básicos de lo real. Él mismo, que en más de una ocasión destacó que no creía en lo que escribía, afirmaba en su obra haber descendido hasta el nivel del periodismo pero que había regresado con las cuasi almas de los hechos perdidos.
Creador del “realismo fantástico” y reivindicado por el tándem Pawels / Bergier consideraba la Física cuántica como sistematización de la magia conjeturando el mundo, a la manera que hace gran parte del milieu masónico, como un tejido orgánico. Condenado, como la película Metrópolis por el santo patrón del fabianismo, H.G. Wells (1866-1946), recalcó en su obra la persistencia del mito y la debilidad del conocimiento científico establecido que caracterizan el mundo moderno. Más modesto que muchos sicofantes, convertidos en luminarias de baratillo, escribió: como no puedo ver de forma universal, sólo puedo señalar.
Su legado, hoy más aclaratorio que nunca, de una situación patente de miseria espiritual y decadencia cognitiva enmascaradas de neo-tribalismo global, desliza en nuestro mundo perversidades cósmicas, astucia estelar y merodeadores interplanetarios como referentes decisivos. Un mundo donde la distopía, la mediacracia y la inverosimilitud cotidiana hacen más convincentes que nunca la posible existencia de una siniestra civilización que reside en el subsuelo antártico o el control invisible que los habitantes de la estrella roja ejercen aún sobre la Tierra.
Creo que nosotros también somos ganado.
Somos propiedad. Pertenecemos a algo o a alguien.