
Observan los maquinistas que al amanecer se produce una misteriosa disminución de la velocidad de los trenes.
Piensan los pasajeros que los culpables son esos mismos maquinistas que, vencidos por el cansancio, andan a esas horas escasos de reflejos.
Afirman los ingenieros de caminos que ese efecto coincide con cambios de tangentes en la superficie por la que discurren los trenes.
Apuntan los técnicos de catenaria que ello se debe a un cambio repentino de tensión en el tendido eléctrico que alimenta el sistema.
Sugieren los físicos que hay que buscar la causa un poco más allá, que la inestabilidad es provocada por lejanas tormentas solares.
Indican los mecánicos que un súbito cambio de temperatura perturba el funcionamiento regular de los cientos de piezas metálicas que conforman las entrañas del motor.
Solo los poetas, los pájaros y los trenes saben del efecto sedante que producen los primeros rayos de sol al lamer sus espaldas.