Cuando me sobreviene algún mal enseguida reflexiono y me pregunto:
¿Por qué he deseado aquello que no debía? ¿Dónde está mi error, qué he hecho mal?
¡Ay, pobre de mí! Me inculpo y ya se sabe, la inculpación acumulada produce piedras en el hígado.
A las piedras que se alojan en nuestras vísceras los médicos las llaman cálculos. Ahora entiendo el rechazo que los escolares sienten por el cálculo. Es algo mórbido.
Bien, pues, con la carga de los cálculos, continuo el camino entre los zarzales.
Entonces viene Horacio y me dice:
Aún te espera otra desventura: la vejez balbuceando te sorprenderá enseñando el alfabeto a los niños de tu barrio.
Y tal es la desventura, que recuerdo aquellos días que fueron los mejores, y que fueron también los que más veloces pasaron a pesar de la pesadez del cuerpo con las piedras contenidas en el hígado o en las vesículas.