Dame un minuto
bueno, mejor dos
sólo quiero decirte
que tengo dentro
un orangután con los
ojos de alfiler
que siempre me pregunta
por tus manos de arcilla
cuando el agua verde
hace crecer los charcos
y las arrugas del viento
se posan en la nieve.
Ya no sé qué decirle
he inventado mil y un cuentos,
alguna que otra excusa
y tres mentiras.
Menos mal que mi memoria es acuática
y se escabulle entre corales y anémonas.
Pero, ¿te he contado ya que
una madrugada en Durango vi cómo
se desmenuzaban tus dedos
y la arena bajo tus uñas
escribió un nombre en sánscrito?
Tu sueño era rudo,
movías los párpados
como sapo venenoso
y tus dientes agrietaron
cualquier rumbo certero.
Por eso, la próxima vez que el pequeño orangután
de ojos de ciempiés me pregunte,
le acariciaré el lomo y le diré algo de verdad:
aquella ya no noche y todavía no mañana
te desintegraste sin retorno
esparciendo tu rastro de caracol
por los surcos de mi encéfalo.
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Arriba: fotograma de Perdita Durango (1997), película de Álex de la Iglesia.