Decían y vuelven a decirlo, que tenía el alma en las cuerdas vocales, en la voz, en las palabras.
Cuando le falló el cuerpo y lo enterraron en la más absoluta soledad y pobreza, decían y vuelven a decirlo quienes vivían más cerca del cementerio que, algunas noches, sonaban trozos de alma en sus cuerdas vocales, como si cantara un pájaro bajo tierra.
De vez en cuando había un buen vecino que iba al cementerio y hablaba un rato con él. Después, al volver, contaba en el vecindario que lo había encontrado como siempre, cantando, aunque tal vez con la voz un poco afónica a causa de la humedad de la tierra, pero aun así no cesaba de cantar, comentaba el buen vecino.
No es fácil encontrar en la ciudad un vecindario que ame a los pájaros que cantan bajo tierra.
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