En los tiempos actuales parece casi imposible disfrutar del silencio, vivimos en un mundo saturado de ruidos auditivos y visuales, tanto en la casa como en la calle; construimos casas o estancias insonorizadas para crear soluciones favorables al silencio, aun así, no logramos aislarnos del todo del ruido. Hoy los centros para fomentar el silencio son un negocio en auge, como el templo Lake Shrine, en Sunset Boulevard, en Los Ángeles; el templo te invita a disfrutar del silencio en soledad; algunos estadounidenses acuden a ese centro precisamente en la Navidad americana para poder disfrutar de la calma y el silencio tan deseado en esos días de consumo y alegría desbordados. En Jutlandia, Dinamarca, han encontrado otra solución original, han creado una sala insonorizada en donde se reúnen personas para pasar cincuenta minutos en silencio; ese también podría ser un lugar de relajación para recuperarse de las atolondradas Navidades.
En El silencio en la era del ruido. El placer de evadirse del mundo (Taurus, 2018), Erling Kagge intenta dar respuesta a las preguntas: ¿qué es el silencio?, ¿dónde está?, ¿por qué es ahora más importante que nunca? Kagge considera que el silencio es una idea, una sensación, y aunque el silencio que nos rodea pueda tener mucho contenido, el silencio más interesante es el que somos capaces de crear nosotros mismos, «el silencio está allí en donde estás tú». En los tiempos actuales, saber crear el silencio es el nuevo lujo, mucho más perdurable y exclusivo que otros lujos materiales e informacionales.
Cuando llegan las Navidades, intentar crear el silencio puede parecer un oxímoron (un contrasentido), porque los ruidos auditivos y visuales son más acuciantes en todas partes (en las calles, las plazas, los centros comerciales, las casas, los móviles…). Ser capaz de crear el silencio en Navidades es el nuevo lujo en medio de los ruidos de la mercadotecnia, la infoxicación y la hipercomunicación, tres rituales de una religión degradada en la que, como dijo Pascal Bruckner en La tentación de la inocencia (Anagrama, 1995) la iglesia son los centros comerciales; la publicidad, los Evangelios; y las gentes, los consumidores infantilizados sin redención posible: solo el silencio, que enseña a escuchar y a prestar atención, los puede redimir.