Este era el texto. Lo leí desde la habitación situada en el primer piso del «hostel» en Agra. Estaba pintado sobre un muro (ni alto, ni bajo), con letras de imprenta (una palabra por debajo de otra) bien pintadas y perfiladas. Había visto en otros lugares (en tazas de café, en camisetas, en bolsas de tela, en bolígrafos promocionales y en tatuajes) Amor omnia vincit. En cuanto acabé de hacer una fotografía del mural desde la ventana de nuestro cuarto compartido tuve la certeza de que esta versión de la memorable frase era la correcta. En latín el sujeto siempre aparece al final, como el amor, como en mi caso. Arrimada al muro había, también, una bicicleta muy usada, muy querida, lamida de azul y óxido. Quizás había sido vehículo de enamorados o de un vendedor de rojas granadas o de un comerciante de pulseras o de cacahuetes (sí, estamos en la India). Releí Omnia vincit… Guardé el momento. El amor es como andar en bicicleta. Seguiré contando.
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