Olegario Mas de Gairell, parasitólogo y sarnoso

Vidas ejemplares

No se dejen engañar por la apariencia de los apellidos Mas y de Gairell: Olegario nació en familia pobre. Tanto los Mas como los De Gairell llevaban generaciones tomando malas decisiones: el bando perdedor en las guerras carlistas, el campo infértil para el cultivo, la casa ruinosa, el marido lerdo, el perro pulgoso, el prestamista avaricioso. Su padre, Otger, perdió la mula en una partida de mus y metió al hijo a tirar del arado.

Olegario, cuando tuvo conciencia del pasado, se enfrascó en el estudio. Estaba convencido de que el saber y los títulos académicos obrarían el milagro del ascenso. Ganó una plaza de funcionario y luego una cátedra de parasitología en la Universidad de Cervera. Se prodigaba por los ambientes selectos. Aunque se proclamó liberal tras la victoria de Espartero, acudía a misa y leía el Eclesiastés, del cual recitaba versículos en las ocasiones más o menos oportunas.

Es mejor no hacer votos que hacerlos y no cumplirlos era una de sus citas bíblicas preferidas, y con ella inauguraba los encuentros amorosos tanto con su prometida Jordiana Brugarolas como con Julieta Porcuna, meretriz. Esta última, por toda respuesta, le contagió la sarna. Una vez enfermo, Olegario vio peligrar su carrera y sus esfuerzos, y decidió retirarse por un tiempo de la vida mundana. Se le ocurrió pedir una plaza de maestro de escuela en el villorrio de San Ferriol d’Entremón, en donde supo que había una vacante y estaba seguro de ser un completo desconocido.

Rezan los registros municipales que llegó al pueblo en 1896, al mismo tiempo que, en la batalla de Cacarajícara, el ejército español de Cuba era vencido por el general Maceo. Hombre curioso y lúbrico, Oleguer extendió la sarna por la población de tal modo que atrajo el interés de las autoridades científicas hacia San Ferriol, deseosas de descifrar un brote tan maravilloso. Acudió al pueblo lo más selecto de la Academia de Parasitología de España, Portugal y Liechtenstein, todos ellos con la indisimulada pretensión de ganar el premio al mejor artículo del año en el Journal parisien de mites et parasitologie, galardón dotado con mil francos.

Tal como el avispado lector habrá anticipado, varios colegas reconocieron a Olegario. La vergüenza y el oprobio cayeron sobre nuestro protagonista, así como el odio de los villanos catalanes. Las autoridades académicas decidieron echar tierra sobre el asunto y mandaron a Olegario al pueblo de Cuño, en la Costa de la Muerte, con el cargo de Agregado Veterinario Real.

Giros sin documentar hicieron que la fortuna se presentase en su vida. Perdónenme la elipsis: Olegario reaparece en los registros ya rico y hacendado, viviendo de rentas en el Pazo de Lourizán, en donde cultivó las letras. Publicó Sonetos de un alma pura, mais en pena y su libro más reconocido, Cae, de madrugada, el rocío en tu paloma audaz. Dejó varias novelas en el cajón. Una de ellas, Kreuzer es un babieca, se publicó a nombre de Obdulia Novas en 1917. La impostora, sirvienta del Pazo, fue descubierta y sometida a quince latigazos: uno por cada diez páginas del libro. La desdichada se convirtió en ferviente defensora de la novela breve.

Ya en la vejez, cuando Olegario hacía balance de su vida, recordó los sucesos de San Ferriol y regresó al pueblo catalán. Decidido a enmendarse antes de vérselas con el Supremo, hizo grandes donativos a la Parroquia, a los pobres y a los tullidos, a los huérfanos y a las viudas. Pero la suerte fue de nuevo caprichosa: alguien le reconoció como el maestro sarnoso de antaño. La multitud se agolpó ante la hospedería en donde dormía, le arrastraron hasta la plaza entre golpes, antorchas y escupitajos. Fue apedreado hasta darle muerte. La Benemérita reportó una especie de Fuenteovejuna sanferriolense, pero aun así se las ingenió para inculpar a Julián Delgado, apodado el Arriero, mendigo errante nacido en Sevilla. Le dieron garrote en Montjuïch un 15 de octubre.

Según el poeta local Justinià Matabosch, presbítero y pintor de exvotos, el cuerpo de Olegario olía a jazmín y a permetrina al ser inhumado años más tarde, cuando el cementerio fue trasladado —ya en época democrática—. En su lugar se instaló la depuradora de aguas fecales.